Antes de su partida, hace diez años, José Emilio Pacheco era ya un clásico viviente en varios géneros y cualquier lector suyo podía mencionar títulos que condensaban su legado en la novela, el cuento o la poesía. Sin embargo, una de sus facetas más constantes, la del periodista cultural y ensayista, y su intensa producción de varias décadas, había sido escasamente estudiada y compilada y permanecía en la semipenumbra de los archivos de las revistas y periódicos.
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En 2017, la editorial Era publicó, en tres tomos, una selección de sus “inventarios”, como el escritor llamaba a esas joyas de la reflexión y la invención ensayística que regalaba periódicamente. Sin duda, los inventarios fueron parte de un magisterio y una conversación, que por décadas el autor mantuvo con sus lectores. En mi caso, la cita semanal que tenía con su “Inventario” se verificaba cada lunes en la sección de revistas de una tienda departamental, donde devoraba de pie el artículo de Pacheco en Proceso y luego dedicaba la tarde a buscar en bibliotecas, o donde fuera, los autores que había recomendado.
No exagero al decir que una parte esencial de la formación humanística y literaria de varias generaciones proviene de esa columna donde, al mismo tiempo con oportunidad periodística y alma de anticuario, Pacheco indagó en las más diversas disciplinas y donde nos descubrió desde Petrarca hasta Saint-John Perse, Ezra Pound o Robert Lowell, desde Hannah Arendt hasta Walter Benjamin, donde justipreció el modernismo mexicano e hispanoamericano y donde abordó, con equilibrio analítico y fibra narrativa, episodios y figuras oscuras y controvertidas de la historia patria. El prodigioso rango de temas que abarcaba distintas épocas y culturas, la conexión original de conocimientos provenientes de ramas especializadas muy diversas y la forma al mismo tiempo erudita y amena de presentar este exhaustivo esfuerzo de investigación y análisis tiene pocos antecedentes y resulta todo un lujo para las publicaciones que lo alojaron. Por lo demás, este esfuerzo de rescate y reflexión, al margen de la academia, se realizaba de forma paralela y se retroalimentaba con una incesante actividad en los demás géneros.
Los inventarios gozan de una sorprendente juventud debido a que, aunque muchos responden a efemérides o situaciones de coyuntura, no se dejaron contaminar por lo efímero de las ideologías políticas o las modas académicas y sus insoportables jergas y responden al más auténtico carácter y estilo del autor.
Si bien, desde su aparición, estos tres tomos se convirtieron de inmediato en uno de los referentes canónicos del ensayo mexicano, representan solo una parte de la producción de Pacheco en ese rubro y quedan muchas vetas por explorar y tesoros por redescubrir en su tarea ensayística. Por lo demás, la factura personal y la cuidadosa orfebrería de cada pieza lleva inevitablemente a preguntarse qué orden y arquitectura le hubiera dado Pacheco a este material tan público como íntimo.
AQ