'El mejor mundo posible': hay que ser necio para leer esto

A fuego lento

"El lector llegará a la página final y verá que Emilio Lezama usa el término posmoderno para nombrar cualquier cursilería disfrazada de pesquisa filosófica".

Detalle de portada de 'El mejor mundo posible'. (Cortesía: Cal y Arena)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Hay que ser inconsecuente o necio para seguir leyendo El mejor mundo posible (Cal y arena) luego de que las primeras páginas entregan frases como “Amor posmoderno: la hamburguesa toma aires trascendentales”; “Amor posmoderno: de nada sirve saber quién es Leibniz hoy en día”; “Como idealista cree que es posible enamorar a una mujer con un gol”; “Un señor pelón le habla de la importancia de los servicios que ofrecen al mundo”; “Amor posmoderno: en la noche quitan las computadoras y ponen un mantel de cuadros para cenar”… Hay que serlo y unos segundos después preguntarle a Emilio Lezama qué entiende por posmoderno.

El lector llegará a la página 182, la del punto final, y verá que posmoderno es un término que lo mismo sirve para nombrar una caminata que una llamada telefónica o un departamento o cualquier cursilería disfrazada de pesquisa filosófica.

El mejor mundo posible trata del amor o de los alcances de estar “skypeando con una psiquiatra y tomando el Rivotril que ella le ha estado recetando únicamente para casos de emergencia”, o quizá de tomar un vuelo para iniciar la reconquista de la exnovia; también, por desgracia, de política o de cómo ganar una elección presidencial en Ecuador.

A partir de este momento, ingresamos en otra dimensión prosística. Ahora leemos: “los presentes vienen arreglados con camisas a la moda, gel en el cabello y zapatos boleados” (sí, arreglados) o “después de media hora logran crear una dinámica de preguntas y respuestas que pronto se convierte en una serie de discursos” (sí, dinámica). Es la dimensión prosística de la consultoría política y sus deidades: el cuarto de guerra, el velo de la oposición, la “percepción pública de la victoria”. Un consultor político debe permitirse cualquier cosa; para eso está: para conseguir resultados. Pero la novela, es decir, nuestra deuda con Cervantes, no debe caer en manos de la jerga utilitaria, sin horizonte literario a la vista, a menos, claro, que ya no exista ni temor, ni temblor.

El mejor mundo posible va entonces de la queja amorosa al cálculo de probabilidades electorales. Podría haber ido de los cálculos de Newton hacia los amores clandestinos de una estrellita de la televisión y tampoco habría pasado nada.

ÁSS

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