Los abismos del actor

Teatro

El no show le habla de frente al público, lo incita a participar, se acerca a su butaca, lo involucra con esa parte que se esfuma en la vida de los actores, cuando se encuentran sobre el escenario bajo la piel de un personaje.

'El no show' se presenta de jueves a domingo en el Teatro Helénico. (Foto: Luis Quiroz)
Alegría Martínez
Ciudad de México /

El no show levanta la costra ante el espectador sobre lo que implica hacer teatro en México. El montaje lo hace partícipe y testigo de la carrera de obstáculos que se impone a quienes se dedican a esta profesión, ya que desde el momento de elegirla son sometidos al cuestionamiento social, el juicio y la discriminación, entre muchos prejuicios más, que actrices y actores aguantan estoicamente durante su vida sujeta a la eterna espiral de volver a empezar cada vez, sin importar su experiencia, bajo la aceptación o el rechazo de un nuevo director por montaje, presos de un vaivén emotivo y económico sin pausa, difícil de sobrellevar.

Sentados a una mesa en semicírculo, con sillas, micrófonos y una pantalla al fondo, en la que se proyectarán diversos avisos y episodios en vivo, la obra de origen canadiense, escrita por Alexandre Fecteau, Hubert Lemire, François Bernier, con dirección de Fecteau y Clarissa Malheiros, nutrida por el elenco mexicano, le hace saber a la audiencia su trágica y cotidiana circunstancia con un sentido del humor punzante. No obstante, la bocanada de realidad decepciona y entristece al evidenciar el poco valor que en general se le da al trabajo actoral.

El no show deja claro el menosprecio hacia el teatro, que abarca a buena parte de quienes, luego de haber decidido entrar a una función, buscan el modo de escamotear el costo del espectáculo a los actores y a la producción.

Si bien la característica de este montaje da la oportunidad a cada espectador de elegir libre y secretamente el monto que entre uno y 700 pesos pagará por su boleto, el elenco se entera pronto de que una parte del público decidió pagar lo mínimo al contar lo recaudado y constatar que no alcanzará para pagar a las cuatro actrices y tres actores. Luego de pasar el sombrero, deciden que tres miembros del elenco bajarán del escenario al no completar el monto para el sueldo de todos.

Desde el pesar de no haber sido seleccionados por un público que antes votó por quienes quisieron ver esa noche, previo a la forma en que cada uno hizo el intento de seducir al espectador mediante una reveladora y extrema presentación por video, el elenco, conformado por Vicky Araico, Sara Pinet, Úrsula Pruneda, Pamela Almanza, Memo Villegas, Tizoc Arroyo y Adrián Vázquez, se presentó con su nombre para compartir su propia historia, que desborda un amor al teatro capaz de librar todo obstáculo con tal de seguir habitando el escenario.

La experiencia es agridulce. Mientras los actores reviven episodios desalentadores, acoso, críticas y discriminación por su físico, su color de piel, su género, o su estatura, el resto del elenco busca el modo de externar su frustración, comunicar la injusticia y encontrar un camino, desde el límite de una situación desesperada que se vuelve cómica rumbo al hallazgo de una respuesta, que en algo atenúe el desequilibrio.

El no show le habla de frente al público, lo incita a participar con su celular, se acerca a su butaca, lo involucra con esa parte, para muchos desconocida, que se esfuma en la vida de los actores, cuando se encuentran sobre el escenario al abrigo de la ficción y bajo la piel de un personaje.

El montaje deja al descubierto lo que actores y público nos empeñamos en olvidar al entrar a un teatro: la falta de servicio médico para los artistas, de un sueldo fijo y estabilidad económica, hilos de un entramado que anuda el menosprecio al valor y al costo de su trabajo, que la mayoría confunde con un rato de distracción por el que no es necesario pagar.

Ante el desolador panorama, sin embargo, sucede el milagro. Las cuatro actrices y los tres actores de El no show vuelcan su ser entero al conducir a la audiencia por sus preocupaciones y abismos, al tiempo en que ostentan su inmensa capacidad de plantarse sobre un escenario a desnudar su alma frente a quienes, azorados, no tienen más remedio que entregarse ahí, sentados en su butaca, de la misma forma: frente a la apertura de lo que hay detrás de una escenografía o de un vestuario que, en este caso, en lugar de ocultar, revela a sus protagonistas.

RP / ÁSS

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