El pensamiento cautivo o la comodidad intelectual

Opinión | Escolios

Los mayores adversarios del fanático no son otros sectarios, sino el equilibrio analítico, el relativismo, el realismo y la mesura.

Czesław Miłosz, Premio Nobel de Literatura en 1980; a su lado derecho, Josef Stalin. (Montaje digital: Ángel Soto)
Armando González Torres
Ciudad de México /

El fanático se siente cómodo enfrentándose a otros fanáticos, en cambio detesta discutir con interlocutores juiciosos. Los mayores adversarios del fanático no son otros sectarios, sino el equilibrio analítico, el relativismo, el realismo y la mesura y, por eso, el fanático suele combatir a toda costa esos rasgos intelectuales.

Uno de los análisis más esclarecedores, y actuales, del impacto del fanatismo sobre la actividad creativa e intelectual es El pensamiento cautivo de Czesław Miłosz (1911-2004), publicado a principios de los años 50. El célebre escritor polaco vivió una de las épocas más esperanzadoras y, a la vez, más amenazantes para la inteligencia de Occidente: muy joven sufrió el baño de sangre del nazismo sobre Polonia y, luego, la “liberación” por parte del Ejército Rojo y el régimen proestalinista.

Miłosz muestra, mediante una descarnada introspección, los dilemas del intelectual y el artista ante la polarización, el arte dirigido y el culto a la personalidad. Como señala Miłosz, tras la instauración del estalinismo en Polonia, la debacle intelectual no se presentó de inmediato. Cierto, muchos sospechaban que al país había arribado una tiranía semejante a las anteriores; sin embargo, a diferencia del nazismo, al menos el nuevo régimen estaba empeñado, más que en destruir, en “reeducar”.

Por eso, el terror, y el ridículo, se impusieron gradualmente. Al principio, sólo había que guardar silencio al escuchar las sandeces morales y estéticas que rebuznaban los funcionarios o al observar la idolatría al líder; pero la vida era posible si el intelectual escogía áreas (la historia antigua, las letras clásicas) que lo mantuvieran fuera de los temas más candentes. El mismo Miłosz, un creador sospechoso, fue nombrado diplomático por un régimen ávido de atraer prestigios. Sin embargo, esta distancia pronto se tornó imposible, la uniformidad y la simplificación se volvieron una exigencia intelectual; la lealtad se equiparó con el talento; se hizo una división tajante de buenos y malos, de fieles y sicarios y la caza de traidores se convirtió en un deporte.

En este contexto, los únicos medios de supervivencia eran la simulación, la connivencia, la adulación, la delación y el canibalismo. Por lo demás, la vida del intelectual oficial resultaba cómoda, rentable y plena de reconocimiento y autoridad moral. Por eso, el creador que seguía su fuero interno solía preguntarse si no estaría soberbiamente equivocado buscando verdades en su pobre “yo”, en lugar de ajustarse al pulso de la historia; si no sería mejor curar el natural escepticismo y encauzarlo a los fines positivos de un arte edificante para el pueblo.

Muchos terminaron este cuestionamiento con una oportuna autoincriminación y se incorporaron, purificados, al partido; otros, llevados por su apego a una pertinaz e incomprensible vocación, rompieron y afrontaron la persecución, el exilio y, sobre todo, los tormentos y gratificaciones del propio albedrío.

SVS | ÁSS

LAS MÁS VISTAS