El pensamiento y la sujeción

Desde el desierto

Qué es la idea sino una forma anhelante de ser otra cosa: escultura, sonido, música, vuelo, trazo de pintura, la mirada que acerca a otro cuerpo, o esa voz derramándose en la noche.

"Soñando despierta". (Foto: Paulina Peña Luna)
Mercedes Luna Fuentes
Ciudad de México /

Un hombre decía que el cuerpo es la cárcel del alma. En este caso, observando el alma como la razón que se gesta distante de la percepción del cuerpo —los sentidos pueden enceguecerla—, solo así se alcanza la sabiduría. Platón era su nombre. Michel Foucault, en cambio, en su libro Vigilar y castigar, afirma lo contrario: las ideas o el alma recluyen a la persona, le arrebatan su libre deambular; no considera al alma como una “ilusión o un efecto ideológico”, declara: “sí existe”, su proyección o no es el resultado del funcionamiento del poder que castiga, corrige y vigila; particularmente a personas colonizadas, a jóvenes, así como a las recluidas en prisiones o por la locura. Dice: “El alma, efecto e instrumento de una anatomía política; el alma, prisión del cuerpo”. Entonces aparece la pregunta: ¿creemos a nuestro cuerpo autónomo hasta que, por la influencia de una ideología, dogma o familia no le permitimos su movilidad en este mundo ni su soberano desempeño? Una neblina desventajosa continúa mostrándose en el camino dependiendo del sexo, color de piel, creencias o estrato social.

Afortunadamente aún se percibe el contraste de esa luz: el alma-idea-conocimiento ante la sombra hilo/discurso, se desprende y guía al cuerpo. Desde un mundo ajeno y sobrenatural, desde la herencia biológica y la revolución de la mirada, nos llegan o producimos las ideas. Acaso son cabellos que se permiten, con el aire, extender más al cuerpo, liberarlo, conectar con ese algo. Lo blanco —la idea/razón— y lo negro —su expresión/signo—, cultivo donde se cosecha lo irreal.

La expansión de la idea/razón expande el discurso. No hay nada más enorme que el cuerpo expandido en distintos tipos de expresiones. Qué es la idea sino una forma anhelante de ser otra cosa: escultura, sonido, música, vuelo, trazo de pintura, la mirada que acerca a otro cuerpo, o esa voz derramándose en la noche. La idea se convertirá en un artefacto: piano o palabra.

La idea incendia, también produce la luz natural que ofrece claridad. Los discursos, en efecto, liberan o sujetan, mas el propio discurso, esa mínima parte —solo nosotros sabemos— prestidigita con la sujeción siempre hambrienta. Hay intenciones en el discurso semejantes a un abismo personal, como lo declara la poeta Rosalía de Castro en los siguientes versos: La palabra y la idea... Hay un abismo / entre ambas cosas, orador sublime. / Si es que supiste amar, di: cuando amaste, / ¿no es verdad, no es verdad que enmudeciste? […] Mas la palabra en vano / cuando el odio o el amor llenan la vida, / al convulsivo labio balbuciente / se agolpa y precipita. / ¡Qué ha de decir! Desventurada y muda, / de tan hondos, tan íntimos secretos, / la lengua humana, torpe, no traduce / el velado misterio […].

Las estatuas ahí están, es una forma de elocuencia dentro del silencio; con su no decir irrumpen con sus perfiles nuestros días. La ciudad dialoga a través de lo inanimado material; a través de sus puentes, por ejemplo. Una ciudad, un pueblo, una isla, un país, sin decir, dice, otorga o niega el paso, abraza o no a la naturaleza. El discurso material nos rodea, sus palabras sólidas esperan el efecto en nosotros, una reacción. El cuerpo, con ese diálogo, puede enfermar o no.

Roberto Juarroz escribió: Toda palabra llama a otra palabra. / Toda palabra es un imán verbal, / un polo de atracción variable /que inaugura siempre nuevas constelaciones. / Una palabra es todo el lenguaje, / pero es también la fundación / de todas las transgresiones del lenguaje, / la base donde se afirma siempre un antilenguaje. / Una palabra es todavía el hombre. / Dos palabras son ya el abismo. / Una palabra puede abrir una puerta. El abismo eterno de la palabra, o acaso debemos llamarlo cielo.

Lo terrible del discurso que sujeta al propio cuerpo, es pretender extenderlo hacia la otredad, como lo expresa Michel Foucault, al tomarlo como un signo de poder. Si lo ejercemos así sería una de las versiones más sofisticada de la crueldad.

El silencio, ante la violencia, ante una declaración, no infiere la ausencia de discurso, como lo expresa Iván Alexander de León Aguirre, representante de los Ndé Lipán Apache en Coahuila. El no decir también guarda una relación con la no sujeción de sí mismos y la no sujeción de la madre tierra a sus cuerpos. Recorrer todo el norte de América hasta llegar al norte de México es un discurso heredado en sí mismo, acogido de la propia naturaleza: la libertad de aparecer y hablar como el musgo, el búfalo o la cactácea. El silencio también es estética y discurso.

La unicidad del concepto de belleza occidental confluye, como el agua, en una sola dirección: la no pureza. Cada vez más se dará paso a la honda realidad múltiple, al pensamiento y sus resplandecientes constelaciones no occidentales.

AQ

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