Zurcir el llanto

Ensayo

Liberarnos por medio de la ruptura es natural, el mejor día de cualquiera de mis trabajos siempre fue el último, aunque de algunos me fui de forma involuntaria.

Llegué a ese consultorio buscando mis lágrimas. Aplicar el encanto del verbo romper, “romper en llanto”. (Ilustración: Simón Serrano)
Aurora González de Mendoza
Ciudad de México /

Llegué a terapia buscando el círculo de la crisis que rondó mis 25 años. Tal vez, solo necesitaba una narración externa como abrazo discursivo para poder continuar con el tedio del día a día. Aunque el abrazo personal, sin duda, había dejado de ser suficiente desde tiempo atrás. Me hablo sola, algunos especialistas pueden considerarlo un primer síntoma de disociación, pero no tengo problema porque he vivido toda la vida entre mis propios puentes. Mi infancia estuvo rodeada de adultos que no tenían tiempo para seguir mis conversaciones y tuve que transformarlas en monólogos.

Llegué a ese consultorio buscando mis lágrimas. Aplicar el encanto del verbo romper, “romper en llanto”. Hacer alusión a esa expresión poética sobre la que no había reflexionado.

Mi agua prefiere evaporarse dentro de mi cuerpo

Romper cosas se me da muy bien, desde niña. Esa torpeza terminó con varios objetos que mi mamá atesoraba como memorias de su abuela, jarrones, floreros, ceniceros, entre otras bajas del inventario familiar. Lo más personal que he roto: mi nariz. Romper con intención tiene su encanto, es la máxima expresión de la catarsis, como dice su definición: “Efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones”.

Hay algo roto, yo lo sé. No encuentro la forma de expulsar uno a uno los pedazos que nadan en mí. Es extraño cómo los sentimientos se pueden enroscar al grado de compactarse perfectamente con el intestino grueso y habitar ahí hasta manifestarse como gastritis.

Los ojos bloquean mi salida de emergencia

Liberarnos por medio de la ruptura es natural, el mejor día de cualquiera de mis trabajos siempre fue el último, aunque de algunos me fui de forma involuntaria y el temor sobre el futuro contaminaba la satisfacción. Romper un conjunto de condiciones es intercambiar la costumbre o la comodidad por un espacio disponible para algo donde cabe la palabra “esperanza”. Incluso en aquellas renuncias que conllevan una ruptura de relación personal con alguien, como los padres que abandonan a sus hijos porque representan responsabilidades que no combinan con su presente, o el exiliado que usa como moneda la incertidumbre sobre si volverá o no a cobijarse bajo el techo de su cultura.

Incluso podemos renunciar a seguir viviendo, actitud que se atribuyó muchos años a al exceso del fluido corporal de la bilis negra o como se traduce en griego “melaina kholê”, y era curable con el método desarrollado por Robert Burton, un inglés que nos hizo el favor de escribir para todos los que sobre pensamos en el pasado y en actos de renuncia la Anatomía de la melancolía. Los tratamientos propuestos, a excepción de las sangrías, son muy similares a las que cualquier psiquiatra o psicólogo recomendarían en estos tiempos: buena alimentación y actividad física al aire libre; insuficiente para impedir que muchos personajes presentaran su renuncia a la historia universal, como la madre que descansa en todas las habitaciones propias: Virginia Woolf.

La nostalgia en un abrazo donde sentir el peso de nuestras renuncias

Los griegos rompen platos en año nuevo simbolizando el fin y el comienzo de un nuevo ciclo, los gitanos rompen la camisa al novio el día de la boda, los judíos una copa o vaso de cristal que representan la fragilidad evocada en un grito que se traduce como “buena suerte”.

Entre los restos emergen grandes cosas, la Filarmónica de Hamburgo usó de base un almacén industrial para albergar la mejor acústica de Europa rodeada por un balcón desde el que se aprecian los miles de contenedores que decoran la ciudad alemana, contenedores que como nosotros solo tienen a la vista una marca de origen sin ninguna información sobre su contenido.

En Berlín están los restos de la iglesia memorial del káiser Guillermo, bombardeada en 1943, transformada en un símbolo de cómo podemos ser atractivos con nuestras cicatrices expuestas (para nuestra suerte las emocionales no lucen a primera vista). Es más difícil construir que destruir, ambos pueden generar placer cuando son por iniciativa personal, incluso la autodestrucción. La adrenalina que nos otorga hacer algo indebido para nuestro cuerpo es el origen de los vicios. En tercero de secundaria, simpaticé con Lilly, la niña más “cool” del salón, cuando accedí a acompañarla detrás de las canchas de fútbol a fumarnos un cigarro. La única referencia que tenía de cómo hacerlo, eran las escenas de señoras con una taza de café en una mano con los dedos índice y medio de la contraria exageradamente estirados, imitados por un cuello que se prepara para inundarse con el humo. El montaje iba muy bien, hasta que en el primer intento sentí como mi cabeza perdió un peso que se trasladó a mi estómago en una especie de náusea y asco. Mi expresión me delató, y ella muy amablemente me instruyó en el arte de “darle el golpe”. Las sesiones fueron continuas, alentadas por una rebeldía adolescente que encontró el placer inmediato en un acto poco benéfico para su salud. ¿Quién piensa en su salud a los trece años? A esa edad donde existen todavía muchas cosas por desechar, ni siquiera se puede dimensionar todo lo que tiene un potencial rompible, tampoco a los 25.

“La primera vez es la más difícil”, mi madre logró meter esta frase en mi cabeza como una especie de consciencia que se activaba cada vez que aparecía una oportunidad de experimentar cosas “indebidas” durante la adolescencia. Desde luego, la primera vez que fumé resultó difícil, pero siempre he tenido el don de aprender rápido, también puedo decir que mi cicatrización responde al mismo ritmo. Tal vez por eso, me siento cómoda viviendo entre mis rupturas, dentro del proceso de cierre que se abre con cada crisis.

Vivir es acostumbrarse a estar roto

Restaurar es una acción cada vez menos recurrente, los celulares tienen un tiempo de vida establecido que los hace desechables, todo lo que nos rodea está en riesgo de contagio, incluso nuestras relaciones, si no el libro Sociedad líquida de Bauman no se hubiera convertido en el best seller de la sociología contemporánea.

Buscamos reemplazar todo, desechar, seguir de largo… sin pensar en las posibilidades, nos atenemos a los procesos industriales de reciclaje para tranquilizar nuestra conciencia, pero nuestra mente no puede ser remplazada por más rota que esté. Ahora me descubro como mosaista, capaz de darle forma a todos mis pensamientos cortados en pedazos pequeños que no tendrían ningún sentido hasta que se unen con la finalidad de crear una forma que aparece en el presente.

AQ

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