El taller de la imaginación

Café Madrid

Un reconocido escritor latinoamericano pasó la tarde hablando con el autor de este texto sobre una vida entera dedicada a la literatura.

Habitación en la mansión madrileña visitada por el autor. (Especial)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

“Villa Meona”, la mansión de mil 370 metros cuadrados de Isabel Preysler, le dicen así por la cantidad de baños que posee (13). Repleta de cuadros y alfombras carísimas, se ubica en uno de los complejos residenciales más exclusivos de Madrid, Puerta de Hierro, y por su decoración, magnitud (44 habitaciones, 3 mil 500 metros de parcela) y personal laboral (cuatro sirvientas, una cocinera, tres doncellas, un chofer, un jardinero y cuatro guardias de seguridad) puede llegar a confundirse con un gran hotel. O por lo menos eso es lo que me pareció a mí, un desarrapado, el otro día que fui a visitar a uno de mis maestros que, desde hace un lustro, vive ahí en calidad de consorte (chismorreos aparte).

Pasamos la tarde en la paradisiaca biblioteca que mandó construir y luego equipó Miguel Boyer, uno de los ministros del felipismo que transformó a España y, a la sazón, tercer marido de la señora de la casa (chismorreos aparte). Los libros, del suelo al techo y de un extremo de la pared al otro, casi todos encuadernados en piel. Los sofás, en tonos marrón, mullidos pero elegantes. En el escritorio de madera, ante una computadora de pantalla enorme, la asistente argentina (léase “tirana obstaculizadora para llegar a su jefe”) del escritor anfitrión, que se demoró en dejarnos solos. Y, encima de una acogedora chimenea, presidiendo toda la estancia, el retrato al óleo de la reina del papel cuché.

Entró mi maestro apoyándose en su coqueto bastón y enseguida pidió té y galletitas. A su asistente argentina (léase “tirana obstaculizadora para llegar a su jefe”) le dijo que me entregara su nuevo libro. Ella abrió la caja que tenía a mano y, resoplando, sacó un grueso y pesado ejemplar de El fuego de la imaginación. Libros, escenarios, pantallas y museos. Obra Periodística I (Alfaguara) y me lo entregó. “Recién parido”, agregó él, mientras yo me descubría sonriente pero abrumado, con la obra de casi 800 páginas entre mis manos. Se trata de la compilación de los artículos sobre literatura, teatro, cine y artes plásticas que, a lo largo de seis décadas, ha ido publicando el autor (¿cuál? Lo siento: esto es una columna cultural, no el ¡Hola!).

El título proviene del célebre discurso pronunciado por el galardonado en 1967 con el Premio Rómulo Gallegos. Esa alocución fue significativa no sólo para la trayectoria del susodicho, sino para toda una generación de escritores latinoamericanos: “Lentamente se insinúa en nuestros países un clima más hospitalario para la literatura”, dijo en Caracas aquel año. “Es preciso, por eso, recordar a nuestras sociedades lo que les espera. Advertirles que la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica”.

El volumen lo ha confeccionado el ensayista colombiano Carlos Granés, para quien estas páginas son “el testimonio de un lector y espectador apasionado y crítico”. Aquí están, ciertamente, sus influencias artísticas y las lecciones que le han dado. Tal vez por eso él me dijo, con una pequeña taza de té en la mano: “En realidad, este libro es mi taller. Es el reflejo de los materiales que me han servido para escribir a lo largo de todos estos años”.

Pues el taller de la imaginación de este reconocido narrador está compuesto por una ristra de gustos y obsesiones, entusiasmos y radiografías que le han servido para alargar su vida y hacerla más intensa. Hay reseñas, críticas, ensayos y diatribas, lecciones y “mentiras verdaderas”, como le gusta decir a él. Yo lo he empezado a leer, saltándome algunos textos (porque ya me los he topado en otras ocasiones) y me he detenido con especial interés en la contestación que un día escribió para a un tal Ángel Rama, crítico literario que aplastó Historia de un decidido, el libro en el que se ocupó de su entonces amigo Gabriel García Márquez. Es tan mordaz como elegante.

A lo largo de la tarde no hablamos de política, aunque a él le dio por sacar cada tanto el tema, porque no puedo, de verdad que no puedo, con su ideología completamente antagónica a la mía (lo sé: tendría que ser más tolerante). Tampoco de los cotilleos en los que se ha visto inmiscuido este casoplón y su famosa dueña y, ejem-ejem, él mismo. Al final me vio medio absorto, mirando alrededor sin parar, y me preguntó que en qué pensaba. En que nunca me imaginé tomar el té en un lugar como este, le contesté. “¡Yo tampoco!”, soltó con mirada traviesa. Y los dos estallamos en una carcajada.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.