Estudiosa de la vida de Elena Garro, de la que ha escrito una extensa biografía y ha reunido su trabajo periodístico y su poesía inédita, Patricia Rosas Lopátegui es responsable de la edición, el estudio preliminar y las notas de Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos, obra publicada en dos volúmenes por Gedisa; es una investigación que recorre de manera puntual los pasos de la escritora en la prensa mexicana, en la que se escucha su voz pero también la de quienes, a favor o en contra, se han ocupado de ella. Es precisamente este libro el motivo de la siguiente conversación con la también la académica de la Universidad de Nuevo México.
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—¿Por qué tu interés en Elena Garro?
Elena Garro es la escritora más importante del siglo XX en lengua española, una autora polifacética que destaca como dramaturga, novelista, cuentista, poeta, memorialista, periodista y activista política y social. Elena Garro renovó el teatro y la narrativa en los años cincuenta y sesenta al plasmar la diversidad de realidades que existen en el mundo cotidiano. En el teatro, en piezas como Un hogar sólido y Andarse por las ramas; en cuentos como “La culpa es de los tlaxcaltecas”, y en su novela Los recuerdos del porvenir, la realidad y el tiempo de los relojes conviven con otra dimensión: el universo de la imaginación y de la magia. Garro es una autora experimental en pleno boom hispanoamericano, pero que debido a los preceptos patriarcales quedó excluida, al igual que otras escritoras de la época.
Elena Garro me interesa como creadora irreverente, que rompió con el canon de la literatura tradicional, y también como una mujer que luchó por la libertad, la democracia y la justicia social. Pocos autores dejan de lado su trabajo literario para dedicarse a defender a los seres más desposeídos, como lo hizo ella. No hay que olvidar que Elena Garro vivió los últimos 30 años de su existencia en el ostracismo, en el hambre, en el descrédito. Como su personaje Juan Cariño, Elena Garro nunca volvió a ser la que fue después del 68.
—¿Cuánto tiempo te llevó la investigación de Diálogos con Elena Garro?
Es un proyecto de muchos años de búsqueda detectivesca. Puedo decir que empecé a armarlo desde que leí por primera vez a Elena Garro, en 1976, a través de Los recuerdos del porvenir. En esa época, Garro estaba vetada; no había noticias sobre ella. En 1980 cayó en mis manos una entrevista que le había hecho Joseph Sommers en 1965, y gracias a esa entrevista tuve una idea más clara de quién era la autora y el trasfondo de su novela; comprendí la importancia que tiene una entrevista para conocer a cualquier creador o a cualquier persona en general. A partir de ese momento inicié la compilación de las entrevistas que había dado Elena Garro a lo largo de su periplo existencial. Sin embargo, tuve que posponer ese trabajo por varias décadas, sin desprenderme de él, porque primero tenía que escribir su biografía, después rescatar su periodismo y su poesía. Hace dos años lo retomé de lleno para darle salida. Había llegado su tiempo.
—¿Qué piensas de Elena Garro como personaje público después de revisar y compendiar su presencia en la prensa?
Como figura pública, Elena Garro asustó no solo a sus coterráneos escritores e intelectuales, sino a los políticos, a los funcionarios, a los terratenientes, a la sociedad mexicana. Era una mujer culta y brillante, a veces más culta y genial que los escritores con los que convivía y que acumulaban premios y publicaciones. Como Sor Juana, a Elena Garro también había que eliminarla porque incomodaba y ponía en tela de juicio a sus correligionarios machistas al servicio del erario. Adolfo López Mateos la exilió de México, de manera diplomática, después de haber ganado en un juicio, en enero de 1959, las tierras de Ahuatepec para sus amigos campesinos. Posteriormente, Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, le dieron el jaque mate con el complot que armaron en su contra para expulsarla de la vida cultural, de la política y de los movimientos sociales.
Elena Garro fue un personaje que causó olas en una sociedad regida por varones, y bajo un gobierno autocrático que no permitía la libertad en ninguna de sus manifestaciones. Por lo tanto, México fue uno con la presencia aguerrida de Elena Garro en los años cincuenta y sesenta, y otro muy distinto sin su valentía y su creatividad después de haber sido calumniada.
—¿Cuáles serían, si los hay, tus hallazgos sobre la personalidad y la obra de Elena al realizar este trabajo?
Reforcé una vez más mi percepción sobre la figura de Elena Garro: es una autora multifacética, polémica, controversial, fascinante, inagotable y, sobre todo, un ser libre, que al haber vivido bajo el signo de la libertad, sin ataduras con capillas o sin aliarse con el poder, tuvo que pagar una alta factura. Creo que esto queda muy claro en estos dos volúmenes.
—¿Elena Garro está suficientemente valorada o revalorada en México?
Elena Garro aún no recibe el reconocimiento que se merece como una de las escritoras más trascendentales de la literatura universal. A raíz de su centenario en 2016, podemos decir que ha habido un interés por rescatarla del olvido. Se ha reeditado casi toda su producción dramatúrgica y literaria, pero sigue cubierta por la leyenda negra del 68. Si comparamos, por ejemplo, el número de ejemplares que se producen de las obras de Juan Rulfo o de Octavio Paz con las de Elena Garro, veremos una gran diferencia, porque Garro no forma parte del canon, no es lectura obligatoria en las escuelas secundarias o preparatorias, ni a nivel universitario.
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—¿Qué piensas de su leyenda negra, a la que contribuye su salida de nuestro país?
Su leyenda negra es una farsa y totalmente injusta. Fue un ardid que orquestaron Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y Fernando Gutiérrez Barrios, director de la tenebrosa Dirección Federal de Seguridad, para difamarla y eliminarla por su activismo al lado de Carlos A. Madrazo en contra del sistema anquilosado del PRI. Este tema se desarrolla ampliamente en el volumen 1. Por primera vez en un libro se compilan las acusaciones de Sócrates Campos Lemus en contra de Madrazo y Garro, así como lo que declaró Elena en su defensa. El asunto es escabroso y refleja la corrupción, el autoritarismo y los crímenes del Estado mexicano cometidos en Tlatelolco, y que siguen impunes. Elena Garro y Madrazo fueron los chivos expiatorios de un gobierno que no podía permitir la apertura democrática.
—¿Octavio Paz contribuyó a opacar la obra de Garro?
Sí. El ostracismo de Elena Garro comenzó cuando se casó con Octavio Paz. El poeta obstaculizó todos los proyectos artísticos y literarios de su esposa desde el momento en que se casaron. Garro tuvo que abandonar sus estudios universitarios, su trabajo como coreógrafa y actriz en el Teatro Universitario de la UNAM, olvidar su pasión como bailarina de ballet, etcétera. Durante 20 años quedó recluida en el rol convencional de madre, esposa y compañera-sombra de su marido. A finales de los años cincuenta, cuando la relación llegó a su fin, Garro pudo retomar sus proyectos literarios. Aunque Garro hizo hincapié en algunas entrevistas en el apoyo que recibió de Octavio Paz para que se publicara Los recuerdos del porvenir, entre otros comentarios favorables al poeta, lo cierto es que Paz dañó y obstruyó más de lo que supuestamente alentó la carrera creativa de su esposa. Y si Garro solía declarar que fue Paz quien la impulsó a escribir, lo hacía para “tener la fiesta en paz” y evitar las represalias de su marido. Paz y Garro estuvieron en el extremo opuesto de la arena: Paz en la vida oficial, diplomática, con una conciencia crítica moderada, y Garro en contra del statu quo, rompiendo reglas en la literatura y en la esfera política y social.
—¿Por qué es importante estudiarla?
Es nuestra máxima autora del siglo pasado, a la par de Sor Juana, cada una en su respectivo contexto, pero de igual talento e irreverencia; fueron mujeres muy adelantadas a su época y dispuestas a jugarse la vida por sus ideales. Las dos lucharon en contra del machismo y defendieron los derechos de la mujer y de los indígenas. Elena Garro nos mostró por primera vez nuestra identidad dual en la literatura. No creo que nadie lo haya hecho hasta ahora como ella. Garro contrapone y fusiona los dos pensamientos que nos caracterizan: el occidental y el prehispánico. Lo plasma en la manera en que maneja el tiempo y crea los mitos que nos definen como mexicanos. Basta leer Los recuerdos del porvenir, La dama boba, Benito Fernández, El rastro, “Perfecto Luna”, “El robo de Tiztla”, entre otras obras, pues Elena Garro recibió una educación dual: la de Occidente a través de la lectura de los clásicos griegos, latinos, alemanes, ingleses, españoles, y la de la cosmovisión indígena mediante su relación íntima con los campesinos que vivieron con ella desde su infancia. Es la autora que nos dice en sus obras cómo somos los mexicanos: indios y españoles, seres duales. Por eso no creía en el llamado “realismo mágico” como etiqueta mercantilista. Para Garro, el realismo mágico no era sino la cosmovisión de los indios que ha existido desde siempre y para ellos y para ella esa manera de ver y entender el mundo es tan real como la de los citadinos. Garro privilegió el mundo de la ilusión en contra de los seres anclados en el raciocinio y en el pragmatismo. En estos momentos en que la misoginia, los feminicidios, la violencia en contra de las mujeres en México muestran una realidad más que alarmante, la obra de Elena Garro cobra gran significado. Desde su reportaje sobre la cárcel de mujeres, “Mujeres perdidas”, de 1941, hasta sus obras de teatro y en su narrativa, Garro expuso la condición de la mujer violentada por los preceptos machistas. El rastro, escrita en 1957, es un espejo horroroso de la realidad vivida hoy en día. Por eso y mucho más hay que estudiarla.
ÁSS