En el café existencialista

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Entre aroma de café, humo de cigarrillos, cocteles exóticos y jazz se iba creando en París una filosofía vivencial que se nutría de la experiencia interior y cotidiana del individuo.

Detalle de la portada del libro 'En el café de los existencialistas'. (Ariel)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Aunque tuvo sus orígenes en la academia, puede decirse que el existencialismo se proyectó masivamente como una filosofía callejera en el París de la posguerra. En efecto, en su vertiente francesa el existencialismo se gestaba en los vecinos cafés De Flore y Les Deux Magots o en un conjunto de bares a los que se extendía la sobremesa filosófica, y se escenificaba en las novelas de Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus.

En su vivificante libro En el café de los existencialistas. Sexo, café y cigarrillos o cuando filosofar era provocador, (Ariel, 2021) Sarah Bakewell (autora del indispensable Como vivir una vida con Montaigne) reconstruye los distintos círculos académicos y tertulias intelectuales en que florecieron las ideas y personalidades, a menudo antagónicas, aglutinadas bajo el nombre genérico del existencialismo. Desde las antecedentes en Kierkegaard y Nietzsche, pasando por la estación alemana y la compleja relación intelectual y personal entre Husserl, Heidegger y Jaspers o las controvertidas afinidades políticas de Heidegger hasta llegar a la constelación francesa de Sartre, Beauvoir, Camus, Gabriel Marcel y Maurice Merleau-Ponty, la autora esboza una genealogía existencialista. Si bien la autora traza una visión panorámica que abarca la fenomenología de Husserl y la filosofía de Heidegger y se extiende a algunas derivas del existencialismo en Inglaterra y Estados Unidos, se concentra en la sociabilidad literaria parisina de finales de los 40 y principios de los 50.

En esta ciudad, entre aroma de café, espeso humo de cigarrillos, cocteles exóticos y jazz se iba creando una filosofía vivencial que, a veces con esnobismo y afectación, se nutría de la experiencia interior y cotidiana del individuo y abarcaba tanto las determinaciones éticas y políticas, como el estilo de vestir y los gestos. Porque, ante un mundo de certezas extintas, los feligreses de los existencialistas franceses seguían no sólo las ideas de sus ídolos, sino un modelo de vida caracterizado por el inconformismo antiburgués, el sentimiento de provisionalidad, la apertura sexual y el culto a la autenticidad.

Con variadas virtudes intelectuales y literarias, que lo mismo le permiten explicar conceptos filosóficos abstractos que transmitir una deliciosa chismografía, Bakewell evoca un amplio mosaico de ideas y reconstruye las encrucijadas históricas que enfrentó este conmovedor enjambre humano. Si la moda existencialista llegó a suscitar justificadas y divertidas sátiras, Bakewell justiprecia este movimiento y rescata tanto sus facetas de sombrío regodeo interior, como las de optimismo, altruismo y compromiso. Se trata de esbozos narrativos que se entretejen y conforman una polifónica novela de formación en cuyos dilemas pueden reconocerse muchos contemporáneos que, ante los cataclismos históricos, las inercias autoritarias y la tendencia a la despersonalización, intentan resguardar algo de su individualidad, su albedrío y su libertad.

AQ

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