No deja de sorprenderme la extraordinaria capacidad de Ana García Bergua para encontrar lo insólito en los pliegues más estrechos de la realidad. Bajita la mano, como no queriendo, nos saca de nuestro conformismo para llevarnos hacia todas las maravillas que aguardan detrás del espejo. Quien tenga la insolencia de dudarlo, y, peor aún, de hacerlo en voz alta, debería acercarse a La escalera eléctrica (attica/ UANL), un viaje a otra dimensión. Las 47 brevedades son como esas creaturas mitológicas de cabeza de león, cuerpo de serpiente… y aladas. Son relatos fantásticos y también ensayos y también estampas autobiográficas y también crónicas de la festividad o el desahucio.
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De las cosas y los asuntos más simples van surgiendo catedrales asentadas sobre una escritura que nombra, como si se tratara de una ceremonia bautismal, lo que no hemos sabido reconocer. En manos de Ana García Bergua, un grafiti conduce hacia los baños y prostíbulos de Pompeya, un elevador se convierte en un pequeño teatro para amantes o voyeristas, un par de calcetines lleva a reflexionar sobre la riqueza y la pobreza, un despachador de pescado en el mercado de Coyoacán no es sino el rehén de una pequeña mafia marina.
¿De dónde le viene a Ana García Bergua este don que es casi como un certificado de hechicería? Creo que su idea del mundo simpatiza con las verdades minúsculas, invisibles para el ojo grandilocuente, que merecen la oportunidad de convertirse en palabras. Por eso los manteles, las escaleras eléctricas, las rodillas de las púberes, los cuadernos, las mesas de centro, las cajetillas de cerillos. Que otros se ocupen de políticos corruptos o de bandas pendencieras de narcotraficantes bailando corridos en su honor. Hay literatura en otra parte, más allá del mundanal ruido, sobre todo cuando puede expresarse de esta manera: “en cada mesa con sus ciudades de copas, bastos y espadas, hay batallas adormecidas”.
No sé por qué, o sí lo sé pero me gana el pudor, pero la mirada de Ana García Bergua me recuerda a la de Marcovaldo, el entrañable personaje de Italo Calvino: aún se sorprende con el pan de cada día y con los gladiadores caninos del barrio y con los cables de luz, tan inexpresivos y ninguneados por la mayoría ciudadana, que semejan “las cuerdas de un instrumento que recorre la ciudad”.
La escalera eléctrica
Ana García Bergua | attica/ UANL | México, 2023
AQ