Un día de 1997, Eve Babitz, la cronista del Hollywood cool, salió de un almuerzo dominical con amigos y colegas, se subió a su vocho para volver sola a casa y, segundos después de arrancar, se le antojó un cigarro. Podría haber esperado a toparse con un semáforo en rojo, pero no había tráfico. Así que se le hizo fácil sacar de su bolso un Marlboro y una cajita de cerillos. El coche avanzaba a una velocidad “normal” cuando, al pasar por un pequeño bache, el cerillo encendido se le cayó en su falda y en milésimas de segundo la prenda se incendió. Aterrada, alcanzó a frenar, abrir la puerta para lanzarse y rodar sobre el pasto de una pequeña colina con la intención de apagar las llamas. Nadie le brindó ayuda y ella, sin saber qué hacer, volvió al coche y se fue a casa de su hermana quien, al verla llegar en un estado deplorable, de inmediato llamó a una ambulancia.
Eve tenía quemaduras de tercer grado en medio cuerpo, un susto del carajo y una incredulidad apabullante: ¿por qué la perra vida se le había volteado en un instante? Sus amigos no pararon de darle ánimos e, incluso, donaron varios objetos para hacer una subasta y obtener así una cantidad de dinero que le permitiera pagar una costosa operación y mantenerse mientras se recuperaba. Al salir del hospital, sin embargo, ella ya había decidido retirarse de la vida pública y dejar de escribir.
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Para entonces, esta diseñadora, fotógrafa y escritora, estaba consolidada como una de las “chicas mimadas” de la farándula estadunidense, un mundillo donde había hecho gala de su belleza, talento, entusiasmo y libertad. Se parecía a Brigitte Bardot, era hija de uno de los músicos de la orquesta de la 20th Century Fox, ahijada del compositor Igor Stravinsky, amiga de Charles Chaplin, Greta Garbo, Pablo Picasso, Andy Warhol, Yoko Ono y de la pareja de escritores Joan Didion y John Gregory Dunne. También había sido novia y/o amante de Jim Morrison, Harrison Ford, Ed Ruscha, Steve Martin y Annie Leibovitz (“porque en esta vida hay que probar de todo”).
Fue su amiga Joan Didion, con la que compartía, entre muchas otras cosas, la afición por las mismas drogas, quien la convenció de que pertenecer a una élite artística y cultural implicaba tener una responsabilidad hacia el público. Un día de 1971, la revista Rolling Stone le pidió un artículo a Didion sobre el día a día de las estrellas Hollywood. La autora de El año del pensamiento mágico acababa de firmar un contrato de exclusividad con Life, así que llamó a Eve Babitz y le dijo “deberías encargarte tú. Porque no hay nadie mejor para contar el glamur y los desmadres de las celebridades”. Babitz aceptó, el texto que entregó fue todo un éxito entre los lectores y desde ese momento las mejores crónicas del famoseo eran las que llevaban su firma.
A diferencia de Hedda Hopper y Louella Parsons, las dos chismosas más célebres, venenosas y temidas de la época dorada de Hollywood, Eve Babitz hacía énfasis en el hedonismo que practicaban las estrellas dentro de la “burbuja” en la que vivían. Muchos de esos textos están reunidos en El otro Hollywood (Random House), uno de los libros más descarados, inteligentes, irónicos, vitalistas y divertidos que he leído. Ahí está Eve, encerrada en una habitación del hotel Chateau Marmont, bebiendo bourbon y comiendo papas fritas con un rico heredero petrolero y unos aspirantes a estrellas de rock, mientras Los Ángeles ardía en protestas por el racismo. O comiendo unos deliciosos tacos mexicanos con salsa picante (“mucho mejores que la heroína”) para combatir la soledad de una chica sensible como ella. O de fiesta en fiesta en las mansiones de actores y actrices. Además de éste, escribió otro libro de memorias y cinco novelas.
En 1963, cuando se inauguró una retrospectiva de Marcel Duchamp en Pasadena (California), su amigo Julian Wasser, fotógrafo de la revista Time, le pidió desnudarse y sentarse frente al artista surrealista, como si ambos estuvieran jugando al ajedrez, para tomarles una foto. Ella tenía 19 años y Duchamp 76. La instantánea se convirtió en legendaria y desde entonces Eve fue considerada una musa de la contracultura. Después del accidente del cerillo, vivió encerrada en sus recuerdos y murió el pasado 17 de diciembre, una semana antes que su amiga Joan Didion. Tenía 78 años y la última vez que concedió una entrevista dijo ser simpatizante de Donald Trump. Ni siquiera las musas son perfectas.
AQ