Frente a los llamados a endulzar cualquier expresión artística y a reprobar toda obra literaria que ofenda a los guardianes de la corrección política y a las sensibilidades rabiosamente ocupadas en protegernos de los usos inapropiados del lenguaje, resulta más que estimulante la aparición de Fábrica de chocolates (Moho) del escritor y músico Juan Mendoza. Es tan cínica y maledicente que en los días que corren podría considerarse un hecho delictivo.
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He aquí a un aspirante a escribir “la novela que le cambiaría la vida a muchos jóvenes”, incluyendo la suya, dividida entre la vocación a deshoras y las indolentes jornadas de trabajo como auxiliar contable en una fábrica de chocolates. Podría pasar por un descendiente de Bartleby, si no fuera porque tiene una reserva de osadía para emborracharse —hasta la náusea— los fines de semana y solventar sus crudas apocalípticas. En el mejor de los casos, se trata de un hijo de los sueños truncos de la clase media: bien ejercitado en la derrota y en llegar tarde a la cena más prometedora.
Pero, sobre todo, es un representante aventajado de lo que hace algunas décadas dio en llamarse “movimiento underground”, el coctel pseudotóxico de marginalidad urbana, cantinas apestosas, escarceos con algunos poetas malditos, irreverencia y una pizca de Bukowski. Tras su paso como “Jefe de Redacción de la Revista Independiente de Cultura Alternativa”, ese aprendiz que se vanagloria de su novela inconclusa como si fuera el nuevo grial de las letras mexicanas no pasa de sumar descalabros a su carta de presentación. ¿Otro de aquellos ángeles caídos que Allen Ginsberg vio destruido por la locura, mostrándole sus dientes sucios a la calavera? No, pues Juan Mendoza consigue el tono justo para no hacernos caer en el juego del escarnio o la compasión.
A Fábrica de chocolates podemos asomarnos en busca de atmósferas y reductos que ya se fueron (el Bombay, el Alicia, la revista Generación…), quizá apurando unas últimas gotas de nostalgia. O, aún mejor, al amparo de una experiencia —una experiencia directa— cuya ironía se moviliza contra todo eso. Es decir: cuando se trata de escribir sobre ti mismo, y sobre hombres y mujeres reales, por más que interpongas el velo de la ficción, debes admitir que, como Juan Mendoza, hay que llamar a declarar a los hechos de nuestra vida.
Fábrica de chocolates
Juan Mendoza | Moho | México | 2022
AQ