Fantasmas felices | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres

Quizá en el futuro cargaremos un anillo elegante que proyectará lo que queramos donde queramos; con ellos combinaremos las imágenes y crearemos figuras en 3D.

Una computadora vieja con algunos disquetes y una impresora. (Foto: Shutterstock)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Ya no lee más que el paisaje, la gente que pasa, las nubes. El resto del tiempo se reparte entre comer, convivir con los habitantes de la casa y abrir pantallas, observar pantallas, hablarle a las pantallas. La realidad se presenta en rectángulos de los que brotan otros paisajes y otras gentes. Piensa en las pantallas gigantescas de los viejos cines: aquellas en las que críticos como José de la Colina se embebían para vivir una vida paralela. En una de esas pantallas cabía una multitud de ojos y de seres. Desde entonces las pantallas nos acompañan; nos atrae su realidad irreal, la fantasía de entrar en ellas.

En los noventa abandonó su vieja máquina de escribir por la pantalla de una computadora estorbosa que escribía en discos flexibles. Más tarde comenzó a soñar con computadoras transportables, pequeñas, y poco después éstas se volvieron asequibles, junto con otros objetos que comenzaron a poblar nuestras vidas como parte de una complicada trama de deseos, mercadotecnia, invención, eso que llamaban el progreso y, a veces, planes maléficos de dominar al mundo. Y ahora se le ocurre que las pantallas tendrán también que desaparecer porque resulta enloquecedor cargarlas, verlas siempre, estar en ellas, sean gigantescas o diminutas.

Ahora que estamos encerrados por el virus le empiezan a estorbar las pantallas, tanto como esa computadora tan aparatosa de antaño, como si ese cuadro iluminado le recordara más el encierro, los límites a la vida: ve su rostro, los de su familia, amigos y alumnos, compartimentados como en un sistema de jaulas, una especie de Brazil de Monty Python donde nada está donde está. Para salir un poco de la casa nos encerramos más en las pantallas: para informarnos, relacionarnos, trabajar y distraernos. Los ojos llegan a doler mucho al cabo del día.

Quizá pronto —recuerda cierto capítulo de Black Mirror— las pantallas estorbarán, como llegó a pasar con aquellas computadoras, y entonces cualquier superficie será una pantalla y adoptará todas las formas: la información y la interconexión aparecerán dondequiera, proyectadas en los árboles, en el cielo: leeremos en el cielo como los antiguos miraban las estrellas. Cargaremos una cajita minúscula o un anillo elegante que proyectará lo que queramos donde queramos. Con nuestras cajitas combinaremos las imágenes y crearemos figuras en 3D. Le gusta imaginar a todos jugando a La invención de Morel, materializando escenas felices en las sombras de un no-lugar. Los fantasmas de cosas proyectadas se superpondrán a nuestra realidad, cada vez más disuelta, y seremos como fantasmas, fantasmas entre fantasmas. ¿No era eso lo que queríamos, esa inmortalidad?

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