Iniciamos la lectura de Feral (Editorial an.alfa.beta) y creemos estar frente a una versión de Rascacielos, en la que J. G. Ballard imaginó una ciudad vertical donde los personajes viven protegidos del amenazador mundo exterior. No tardamos, sin embargo, en rechazar esta sensación. Es más, no tardamos en lamentar que Vanessa Garza Marín no haya previsto ese modelo como escenario de la psicopatología de su protagonista: una mujer entrada en los treinta que solo consigue vegetar mientras espera la llegada de su esposo.
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Los propietarios de los departamentos, junto a su prole vigilada por nanas distantes, son el único objeto de interés de esa mujer que apenas puede llevarse un bocado a la boca y pasear al perro por los jardines que de noche son refugio seguro de encuentros clandestinos. De ahí a la descripción rutinaria de insignificancias media un paso. Feral se entretiene demasiado con los cotilleos de alberca, gimnasio y restaurante, con tanta ansiedad que olvida las reglas más elementales de la composición y el ritmo (“Eran las tres de la mañana cuando revela su nombre”; “se me desbarata el cuerpo y empiezo a quedarme acostada”; etcétera”). Y eso es todo, o una parte considerable.
Lo demás transita de la anomalía física a la impresión de sentirse habitada por “un cachorro calvo de pecho palpitante”. La bitácora de insignificancias toma entonces la forma de una guía para turistas en Kenia, con todo y mosquitos, fiebre, pescado podrido. ¿Qué hace ahí la protagonista de Feral, además de huir de la monotonía citadina? ¿Expiar su desinterés trabajando para un grupo que reparte ayuda humanitaria? Algo así, pero, sobre todo, completar la metamorfosis anunciada en algunos pasajes descoloridos. ¿En qué se ha convertido? En una hiena, sí, una hiena de dientes amarillentos que devora a los jóvenes y profana los cementerios. ¿De manera que después de todo el realismo inicial, de las descripciones llevadas con mano regañona y sociológica, hemos llegado al pensamiento mágico, o a una de sus sucursales? Por mero agotamiento, seguimos a la mujer, que alguna vez jugó a ser teibolera, en su camino hacia la animalidad en estado puro. Sólo atina a declarar su hambre renovada y su nostalgia por “el derecho a no hacer nada”. Lo demás es nuestro viaje hacia el desconsuelo.
Feral
Vanessa Garza Marín | Editorial an.alfa.beta | México | 2021
AQ