Desparramados en un chester rojo, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince y el expresidente español Felipe González charlan ensimismados, mientras la gente que pasa a su alrededor los mira de reojo o les toma fotos. No es, por el momento, una conversación pública. La están videograbando para luego difundirla en las redes sociales de una revista de libros. Más allá, encerrada en una caseta, una autora de bestsellers firma sin parar ejemplares de sus voluminosos libros a sus decenas de admiradores que aguardan su turno en una larga cola. En el pabellón del país invitado, decorado con una ristra de clichés folclóricos de colores chillones, cuatro autores desconocidos (dos hombres y dos mujeres, porque la paridad manda en estos tiempos) explican a un público desnutrido lo que, según ellos, es la “nueva literatura” de su país. A diferencia de los grandes grupos, las editoriales independientes comparten casetas y en una sola llegan a “convivir” cuatro sellos literarios. El precio de los libros es apenas unos centavos menor que en las librerías de barrio o en las grandes superficies. Y, para colmo, el cielo amenaza con dejar caer un chubasco.
Desde hace 80 años la llaman Feria del Libro de Madrid, pero en realidad no es más que un mercadillo de libros al aire libre, en medio de un parque urbano. España es la primera potencia editorial del mundo hispano y, sin embargo, no posee ni una sola (¡ni una sola!) feria del libro a la altura de las grandes del mundo (Frankfurt y Guadalajara). Madrid cuenta con un recinto ferial enorme y bien equipado, donde cada año se dan cita la industria de la moda, la gastronomía o hasta la de la construcción, pero nunca se llena de libros, editores, autores y lectores. ¿Para qué? Total: a ellos, ya sea en la capital o en cualquier provincia de este país, sólo les gusta recorrer un puñado de puestos amontonados en una plaza pública, un parque o una calle. ¿Hacer presentaciones de libros, mesas redondas, debates, homenajes, entregas de premios, congresos? Qué va: lo importante es vender algunos ejemplares o, bueno, alguna cosilla de esas puede hacerse, en formato cutre y a medio gas, dentro de una carpa. Y si hace mucho calor o si llueve, pues.., ¡ya estará de Dios!
El año pasado, como tantas otras en todo el mundo, la Feria (que no es) del Libro de Madrid se canceló debido a la pandemia. ¿Se aprovechó la “oportunidad” para reinventarse? Sólo para reducirse y hacer desfiguros. El Paseo de Coches, donde se instalan las casetas, es una arteria que atraviesa todo el ancho del Parque del Retiro. Pues bien, este año se decidió ocupar únicamente la mitad del espacio, dejando fuera a algunas editoriales y librerías. Como la de 2021 es una edición redonda (la número 80) se pensó que el invitado debía ser “un país hermano”. Colombia aceptó y optó por traer una delegación de escritores “neutros” (y casi desconocidos). Claro, muchos declinaron la invitación porque un autor y su obra se distinguen, precisamente, por no ser neutros (y si quieren criticar a su actual gobierno, tienen todo el derecho de hacerlo).
Por si todo esto fuera poco, también se decidió vallar el Paseo de Coches, dizque para controlar el aforo de gente y mantener la “distancia de seguridad.” De manera que, si las colas para las firmas de los bestsellers eran enormes, el espacio se saturaba de inmediato y quien quisiera acceder tenía que formarse durante varios minutos (incluso horas, si era sábado o domingo). Las cámaras de televisión de los noticiarios grababan esas largas filas y sus reporteros se jactaban: “miles de personas abarrotan la Feria del Libro de Madrid”. Pero, ¿si hay mucha gente, hay muchas ventas? Las cifras dicen que no. Según el balance oficial de los 17 días de mercadillo librero, este año se vendió 10 por ciento menos que en 2019. Lo bueno es que, también según las cifras oficiales, durante la pandemia (y, sobre todo, durante el confinamiento), aumentó la venta de libros y el tiempo de lectura y, gracias a eso, el sector editorial no se ha visto tan perjudicado durante esta crisis sanitaria. Y, por fortuna, en los últimos meses han surgido nuevas librerías independientes por toda España.
En fin, siempre nos quedarán los festivales literarios. O no. ¡La erupción de un volcán ha impedido la realización del Festival Hispanoamericano de Escritores (con México como país invitado)! Bueno, ante la adversidad: los escritores a escribir y los lectores a leer.
AQ