Fervor de Buenos Aires

Poesía en segundos

Su publicación, hace cien años, representó la aparición de una voz poética, esencial no sólo para la poesía argentina e hispanoamericana, sino para el canon de la poesía occidental.

Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires, Argentina. (Laberinto)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Han transcurrido treinta y seis años desde la muerte de Jorge Luis Borges en Ginebra y su entierro en el cementerio de Plainpalais. En contra de lo que ocurre comúnmente con la desaparición de un gran escritor —el inicio de la inevitable prueba del purgatorio—, en el caso del poeta argentino todo parece indicar una historia muy distinta, en concordancia con la idealización del poema-cuento-ensayo “El Golem”. Borges no sólo ha conservado a sus lectores —no ha entrado al purgatorio— sino que, lo cual resulta más importante, se mantiene innovador, extraño y paradigmático. Un punto de referencia y provocación en el mundo del arte fácil.

La publicación, hace cien años, de Fervor de Buenos Aires, tiene un valor fundamental porque representó la aparición de una voz poética, no sólo esencial para la poesía argentina e hispanoamericana, sino para el canon de la poesía occidental. Ni siquiera los grandes poetas modernos de Europa habían realizado una meditación lírica de los arquetipos estéticos de nuestra cultura (Edipo, Heráclito, Plotino, Cervantes, Keats, Joyce…) comparable, en frescura y esencialidad, a la planteada por la obra de Borges; además, desde este primer libro, el lector puede apreciar la crítica embrionaria a las ideas literarias de la modernidad. En este texto, en contra de lo que uno podría esperar, de acuerdo con la experiencia ultraísta del periodo juvenil vivido en España, Borges practica, como muy bien señaló Enrique Díez-Canedo, “un ritmo seguro, que no era el de una prosa partida en renglones arbitrarios […] y con algo más construido que el procedimiento de la simple ilación de imágenes”. Fervor de Buenos Aires nos ofrece, en su rara construcción nostálgica, una percepción aguda y, a la vez, reflexiva de varias representaciones del mundo. No en balde, Borges había leído a Schopenhauer y Berkeley y comprendido de manera profunda que nuestra realidad es sólo —y sólo eso— una imagen relativa o, mejor dicho, una representación de una representación. Emir Rodríguez Monegal anota incómodo, consciente del carácter conservador y clásico de la poesía de Borges, que en este primer volumen hay también expresiones del ultraísmo, como, por ejemplo, los no muy agraciados: “El poniente de pie como un arcángel/ tiranizó el sendero”, Sin embargo, él mismo reconoce que “el tono general del libro es menos violento”. El hecho es que en este volumen hallamos esbozadas las cifras fundamentales que van a multiplicarse y a cobrar una magnitud mucho mayor, sobre todo a partir de El otro, el mismo. Aquí, en Fervor…, está “el patio precario,/ desesperadamente esperanzado”, que se transformará en “las uvas negras de una parra en cierto/ patio que ya no existe”. También está “la conjunción del mármol y la flor” y la alusión a sus lecturas literarias y filosóficas. En un verso libre, bien controlado, y en ecuaciones psicológicas que a veces nos recuerdan a Ramón López Velarde, la construcción de Buenos Aires adquiere, de modo imperceptible, una dimensión metafísica y anuncia el tejido de “mitologías y cosmogonías”. Ciertamente Fervor de Buenos Aires, como dijo el propio Borges, prefigura su obra posterior y —agregamos— una crítica a la literatura actual.

AQ

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