Hace muchos años, cuando el gato de la familia desapareció, mi madre acudió diariamente a la iglesia de San Miguel a pedir desesperadamente el milagro del retorno de la mascota, el cual, tras seis angustiosos meses, se concretó. El afecto entre animales como el gato y el humano es prodigioso por el grado de confianza, intimidad y apego que puede darse entre dos especies tan contrastantes.
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Con el amor a los animales, especialmente al enigmático gato, la humanidad vuelve a un jubiloso animismo, en el que se desvanecen diferencias y jerarquías zoológicas y se establece un vínculo resplandeciente y concreto con nuestra más profunda naturaleza. John Gray, un original y controvertido pensador inglés que ha criticado implacablemente los modernos mitos ideológicos, utiliza ahora su afición gatuna para hacer una reflexión sobre los límites de la moral humana y el provecho de observar a otros animales. Para Gray, la creencia en la racionalidad y la benevolencia humana, llevada a sus extremos, puede conducir a la deshumanización y la barbarie. Por eso, en sus libros recurrentemente prescribe la humildad y el sentido de las proporciones con respecto a las capacidades de perfectibilidad de la especie. En Filosofía felina. Los gatos y el sentido de la vida (Sexto Piso 2021), Gray hace una imaginativa interpretación de la “filosofía” de este felino y la contrapone a muchas actitudes humanas.
Provistas sus necesidades esenciales de seguridad y alimentación, los gatos son seres despreocupados y cómodos consigo mismos que se sumergen en los goces más sencillos e inmediatos. Sin perder su independencia y su condición abismalmente salvaje, estos animales se las han ingeniado para convivir estrechamente con los humanos. Aparte de los servicios prácticos que ofrecen (matar ratones y otras plagas), los gatos con su presuntuosa serenidad (excepto cuando están en celo) contagian sosiego a los humanos y esa es una de las principales razones de nuestro apego a ellos.
Entre digresiones filosóficas y crónicas de amor entre gatos y humanos (la conmovedora relación entre un corresponsal de guerra estadounidense y un gato vietnamita, la devastadora pérdida del gato de la escritora Mary Gaitskill, las voluptuosas relaciones entre humanos y gatos en las narraciones de Colette, Highsmith o Tanizaki) Gray construye una extraordinaria pieza ensayística que transita entre la reflexión ética, la crítica a la ideología y el homenaje gatuno. Gray insiste en que la humanidad no es intrínsecamente superior a otras especies y en que nuestros instintos y apetitos a menudo se disfrazan de razón y altruismo. Así, la Filosofía felina resulta, ante todo, un pretexto para ridiculizar los histrionismos filosóficos y las utopías y para sugerir que un auténtico humanista no es un fanático del progreso infinito de la especie, sino un ser un tanto escéptico y misántropo, que se hace pocas ilusiones acerca de su propio género y sabe aprender de sus otros amigos, los animales.
AQ