Finas maneras o el arte de la conversación

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El diálogo, así sea uno sencillo, requiere de ciertas concesiones básicas para cristalizarse.

Un diálogo en la película 'Cuando Harry conoció a Sally'. (IMDb)
Armando González Torres
Ciudad de México /

En su The Art of Conversation Peter Burke dice que Giacomo Leopardi se quejaba de que los italianos no sabían conversar, no porque fueran huraños o poco sociables sino porque eran tan entusiastas, competitivos y enfáticos que las pláticas se volvían “una pura y continua guerra sin tregua”. Leopardi sentía que el exceso de pasión y la falta de urbanidad en la conversación pervertían este acto de comunicación y lo dejaban a merced de los más tercos, locuaces y desvergonzados. Ciertamente, una buena charla exige facultades como el brío para defender las propias opiniones y el ánimo de polémica amistosa, pero también la sensibilidad para no avasallar y arruinar la plática. Porque, muy a menudo, el ganador de todas las discusiones resulta un perdedor social y cada vez es menos invitado a reuniones donde pueda refrendar sus victorias. Por eso, desde El cortesano de Castiglione hasta Cómo ganar amigos de Dale Carnegie pasando por El Manual de Carreño, en muy distintas tradiciones hay una abundante producción de prescripciones para conversar educadamente y sacar provecho y solaz de este acto.

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Las enseñanzas de la urbanidad y el arte de conversar responden a una etapa de la vida moderna en la que las adscripciones comienzan a ser más permeables y en que la posibilidad de elevarse en la escala social no sólo radica en la cuna sino en la elocuencia y el don de gentes de los individuos. Burke menciona una larga lista de preceptivas que aparecen desde el Renacimiento hasta el siglo XVIII y que marcan el sentido de la conversación moderna. De hecho, Italia, de la que se quejaba Leopardi, alumbró tres tratados seminales en torno a este tema como son El Cortesano de Castiglione, La conversación civil de Guazzo y El Galateo de Della Casa. Estos tres títulos constituyeron un éxito en el naciente mundo editorial y ejercieron una influencia notable en los modos de conversar europeos.

Francia e Inglaterra replicaron pronto este modelo y generaron una numerosa bibliografía que se ocupaba de la buena urbanidad para sectores emergentes en el mundo de la conversación, como las mujeres. Incluso, Burke menciona un anónimo, “Método para conversar con Dios”, publicado en Francia en el siglo XVIII, en el que unos monjes ofrecían consejos para dirigirse al creador, con naturalidad y elegancia, siguiendo las leyes de la conversación civil.

La instrumentalidad de esta literatura y sus rasgos pintorescos reflejan la estructura social, los valores y los prejuicios de determinadas épocas. Con todo, pese a los distintos matices, existen sorprendentes analogías entre las cualidades que se supone debe cultivar un cortesano y las que debe arraigar un ciudadano contemporáneo para mejorar su capacidad de diálogo. Esto implica que el acto de la conversación, desde sus más antiguas expresiones hasta la actualidad, requiere de una urbanidad muy simple que consiste en respetar la dignidad del otro, no descalificar de antemano, refrenar el narcisismo y aprender a escuchar.

AQ

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