En pocas figuras se funde la imaginación romántica con la realidad como en Flora Tristan (1803-1844), la escritora y feminista francesa de origen peruano que ha sido musa y personaje de prominentes escritores hispanoamericanos desde Luis Alberto Sánchez hasta Mario Vargas Llosa.
Flora fue hija ilegítima del aristócrata peruano Mariano Tristan (aunque hay versiones demenciales que mencionan a Simón Bolívar como su progenitor) y de la francesa Anne-Pierre Laisnay. En el curso de su niñez, Flora pasó de la opulencia a la penuria, pues, muerto su padre, el hecho de ser hija ilegítima la privó de cualquier protección.
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Creció en un sórdido barrio parisino y, apenas adolescente, la bella criolla entabló un desdichado matrimonio con el dueño del taller de litografía donde trabajaba. A los 22 años, con tres hijos y abrumada por la violencia doméstica, huyó del hogar y comenzó una larga errancia, siempre perseguida por la furia del marido.
Acorralada, desempeñó los oficios más ingratos y vivió los extremos de la marginalidad. De manera fortuita, entró en contacto con su familia paterna, buscando hacer valer su derecho a una herencia, pero no recibió más que cortesías y donativos simbólicos que no aliviaban su situación, por lo que decidió emprender un largo y azaroso viaje a Perú. En ese país fue acogida por el opulento clan, aunque el patriarca de la familia, su tío Pío Tristan, se mostró inflexible con el tema de la herencia. De cualquier manera, Flora permaneció un año en la nación de su padre y la casi indigente esposa perseguida se transformó en una seductora y graciosa aristócrata peruana, que observaba los lujos y las miserias del Nuevo Mundo.
A su regreso, escribió sus controvertidas Peregrinaciones de una paria, una desparpajada y original mezcla de relato de viaje, crítica social y política y abanico de retratos psicológicos que, aunque la enemistó definitivamente con su familia paterna y provocó un auto de fe donde su subversivo volumen fue quemado, la hizo, inesperadamente, una escritora. La prófuga pronto se convirtió en una intelectual rutilante, aunque su súbita celebridad fue un motivo adicional de agravio para su marido, que intentó matarla.
En permanente autoconstrucción, Flora Tristan no se conformó con ser una escritora de moda, viajó a Inglaterra donde, a veces disfrazada de hombre, hizo una cruda crónica de las miserias y perversiones del epicentro del progreso y, luego, inspirándose en los radicalismos utópicos de la época, pero imprimiéndoles su acendrado sentido común y su propia experiencia formuló, en La Unión Obrera, una mancomunidad de oprimidos, los asalariados y las mujeres, que ligaba la liberación social con la redención femenina (en su propuesta social el matrimonio sería abolido y habría total igualdad de géneros).
Sus últimos años los ofrendó de manera casi suicida a este apostolado social haciendo proselitismo por toda Francia hasta que, en un hotelito de Burdeos, el tifus la alcanzó y la derrotó.
ÁSS