Fran Lebowitz, la escritora que no escribe

Café Madrid

Esta emblemática neoyorquina sólo disfruta tres cosas: leer, perder el tiempo y tener la razón.

Fran Lebowitz en 'Supongamos que Nueva York es una ciudad'. (Netflix)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

Fran Lebowitz, una de las habitantes más famosas y características de Nueva York, lleva 40 años inmersa en un bloqueo creativo. A finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado reunió sus mordaces columnas periodísticas en un par de libros, los presentó en varias ciudades de Estados Unidos, se adueñó de una legión de seguidores otra de detractores y vendió miles de ejemplares. Más tarde se propuso escribir una novela, pero, hasta la fecha, no ha logrado terminarla.

A ella no la pone nerviosa hablar ―opinar, criticar, sentenciar― ante las cámaras de televisión o en el estrado de un auditorio atiborrado de gente. La página en blanco, sin embargo, la hace sufrir más que ninguna otra cosa. O, simplemente, le da pereza. No importa: durante todo este tiempo, su popularidad, sus agudas observaciones, su sinceridad sin filtro y su sentido del humor le han dado todos los dólares necesarios (y más) para vivir como le ha dado la gana, sin necesidad de esforzarse demasiado.

Hace una década, su amigo Martin Scorsese la siguió con sus cámaras por las calles de Nueva York, grabó varias de sus conversaciones, en un bar y en actos públicos, y reveló su esencia en un documental llamado Public Speaking. Antes de la pandemia, con el mismo método cinematográfico, el también director de Taxi Driver quiso hacer un epílogo de aquel trabajo y hace unos días se estrenó.

Se llama Supongamos que Nueva York es una ciudad y es un film que demuestra el talento de esta septuagenaria gruñona para sobrevivir en la “capital del mundo”, desde un punto de vista distinto al de otros personajes emblemáticos de la ciudad, como Woody Allen (“tan fotogénico y burgués”). No se lo pierdan, porque muchas de sus reflexiones encajan en la vida urbana de otros puntos del planeta y porque nunca está de más ver cómo alguien puede hacer de su inactividad y de sus quejas todo un arte y vivir de ello sin estafar a los demás, pues ¿quién dijo que la labor de entretener y de sacudir conciencias políticamente correctas no ha de ser pagada?

Lebowitz llegó a la Gran Manzana en 1970, cuando abundaban las ratas, los robos, las peleas, los tiroteos, los artistas emprendedores y las fiestas desenfrenadas. En su natal Nueva Jersey la habían expulsado de varios colegios (“por respondona y por preferir leer en vez de poner atención en las clases y hacer las tareas”) y tuvo que ponerse a vender cinturones, limpiar casas y manejar un taxi. Pero, “alérgica al trabajo”, sólo se mantenía ocupada algunos días de cada mes: “hasta juntar unos 150 dólares”, lo suficiente para pagar el alquiler de su departamento, sus cigarrillos y algo de comer. Luego la contrataron en una revista para encargarse de vender los espacios publicitarios de sus páginas y no tardaron en dejarla publicar reseñas de libros y películas. Esos textos los leyó Andy Warhol y la fichó como columnista para Interview. Ahí, su prosa insolente, ácida, a veces cínica, sin complejos ni disculpas, acerca de la vida cotidiana en Nueva York despertó el entusiasmo de un buen número de lectores. Pero pronto se sintió “hasta las orejas de exceso de sueño, rumores infundados y amistades superficiales”. Por eso dejó de escribir. Bueno, por eso y porque comprendió que ser una escritora que no escribe podía ser rentable.

Un día le dijo a su agente: “Mira, el año pasado gané 400 dólares por las cosas que escribí. Este año me han ofrecido dos sumas de seis cifras por las cosas que no he escrito. Obviamente me he movido en la dirección equivocada”. Y se dedicó a dar conferencias, a ir a algunos programas de televisión y a ser actriz sucedánea, interpretando a una jueza, tanto en una serie (La ley y el orden) como en una película (El lobo de Wall Street). Pero a ella lo que de verdad le gusta son tres cosas: leer, perder el tiempo y tener razón.

Gracias a todo eso, hoy Fran Lebowitz puede comprarse la mejor ropa masculina (“que siempre es más cómoda”) y vivir en un lujoso departamento de 210 metros cuadrados, suficientes para albergarla a ella y a sus 12 mil libros (y sumando), sin celular ni computadora ni redes sociales (“no porque no sepa qué pasa ahí, sino porque sé qué pasa ahí”) y ser testigo de excepción de la vida cultural y cotidiana de Nueva York, una ciudad que ha empeorado pero de la que no quiere irse. ¿No se mueren por conocer a esta mujer?

AQ

LAS MÁS VISTAS