Madrid monumental

Café Madrid

En el siglo XVIII, la capital española estaba aún atrapada en la oscuridad medieval. Francesco Sabatini la transformó en una ciudad cosmopolita, atendiendo tanto a la estética como a las necesidades de sus habitantes.

La Puerta de Alcalá, diseñada por el arquitecto italiano Francesco Sabatini, construida de 1769 a 1778. (sabatini2021.com)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

Dicen que cada régimen político ha tenido su arquitecto favorito. Cuentan, por ejemplo, que el de la Alemania nazi era Albert Speer o que el de la Italia fascista era Marcello Piacentini. En cuanto al México priista, quizá por la larga duración de la dictablanda (70 años), se barajan más nombres: de Mario Pani o Luis Barragán, pasando por Pedro Ramírez Vázquez o Ricardo Legorreta, hasta Teodoro González de León. Lo cierto es que todos, aquí o allá, y en mayor o en menor medida, se encargaron de dotar a distintos paisajes urbanos de construcciones que hoy definimos como emblemáticas. Hace casi tres siglos, en la España de Carlos III, un italiano fue el elegido para apuntalar la fisonomía de la capital del reino.

El objetivo no tenía pinta de ser sencillo. La Villa y Corte de Madrid era entonces una ciudad más bien sucia, insalubre y oscura y la ambiciosa intención era convertirla en una capital monumental, a la altura de las del resto de Europa. Así que el monarca, que había pasado 25 años en Nápoles “entrenándose para reinar” (según la historia oficial), eligió como Maestro Mayor de Obras Reales a Francesco Sabatini (1721-1797), un arquitecto barroco-clasicista-cosmopolita, natural de Palermo y formado en Roma, que se había encargado de levantar la planimetría de las ruinas y templos de Paestum, conocida como “la antigua Grecia de Nápoles.”

Sabatini llegó a Madrid en 1760, hizo a un lado los celos, envidias y protestas de los arquitectos españoles, que se sentían ninguneados por no haber sido ellos los escogidos para tan alto cargo, y se puso, nunca mejor dicho, manos a la obra. Lo primero que hizo fue echar a andar un sistema de limpieza, empedrado y de iluminación nocturna para la ciudad. De forma paralela, pensó en satisfacer las principales necesidades estatales (administración, asistencia médica y política científica) con la construcción de una Aduana, un Hospital General y un Jardín Botánico. Luego se encargó, entre otras muchas cosas, de la ampliación (y decoración) del Palacio Real y de la Puerta de Alcalá que, como cantan Víctor Manuel y Ana Belén, “ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo” y pronto se convirtió en una de las principales referencias turísticas madrileñas.

Veo los planos y dibujos del arquitecto, y la reconstrucción de la mayoría de sus proyectos en tres dimensiones, gracias a una serie de soportes gráficos y audiovisuales, mientras recorro en el Centro Cultural de la Villa la exposición El Madrid de Sabatini. La construcción de una capital europea (1760-1797), realizada a propósito del tricentenario del nacimiento del italiano que siempre tuvo como referente la arquitectura del Renacimiento. Bien mirada, se trata de una muestra que va más allá de la confección de palacios, pues también permite comprender la interacción entre arquitectura y monarquía, espacio y poder, un modelo de Estado-Nación y la interacción con la sociedad de su tiempo.

No obstante, tal vez la importancia de esta exposición resida en algo más simple. Para la mayoría de los locales y foráneos, Sabatini es conocido casi exclusivamente por los jardines que llevan su nombre, ubicados en la fachada norte del Palacio Real o, en el mejor de los casos, por ser también el responsable de la Puerta de Alcalá. Al llegar al final de la muestra, sin embargo, uno se entera de que esos famosos jardines no los diseñó él. Resulta que fueron creados en los años treinta del siglo pasado, en el lugar que ocupaban las caballerizas del Palacio, y sólo llevan su nombre a manera de homenaje.

Pero también es verdad que Francesco Sabatini salpicó de su estilo arquitectónico a muchos rincones de Madrid: de la Plaza Mayor y la Plaza de España, el Ministerio de Hacienda o el sepulcro de Fernando VI, a los Jardines del Buen Retiro e, incluso, dirigió el diseño y la construcción de una iglesia en Valladolid y de otra en Aranjuez. En total fueron tres décadas de intenso trabajo, y consentimiento real, que le permitieron hacer de Madrid una ciudad limpia, ordenada y monumental, con edificaciones de referencia urbana que siguen de pie (a pesar de guerras y crisis económicas cíclicas y gracias a una constante labor de mantenimiento) para deleite de todos los que caminamos por sus calles.

AQ

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