Aunque la intención poética, todas esas frases de gramática contrahecha, empaña por momentos el curso de Furia (Almadía/ UANL), hay que celebrar su ambición y su resuelta voluntad para dotar de vida a un grupo de personajes que sacuden nuestro conformismo en la medida en que más se precipitan en su ruina física y moral.
En esta, su primera novela, Clyo Mendoza procede a la manera de una pugilista que golpea a su rival aun después de la cuenta final. No parece conformarse con infligir el mayor daño posible a las instituciones sociales que alientan el vasallaje del cuerpo femenino y la impunidad patriarcal. Quiere más: más rabia, más golpes hirientes, más violencia como respuesta frente a la violencia especializada.
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Furia es la historia de un hombre que envilece las vidas que toca y engendra, un vendedor de hilos en una región sin nombre ni coordenadas geográficas, un sugestivo desierto con una identidad arraigada en la magia y la superchería. Es también la historia de tres de sus hijos, paridos y apenas cuidados por madres distintas. Debemos concentrarnos, pues, en un padre que, mientras va seduciendo o convirtiendo en propiedades a niñas, jóvenes y mujeres expuestas al influjo de la autodestrucción o el alcohol, va deshaciéndose de una prole que no tiene otro horizonte que el infierno interior, y que termina encerrado en una jaula y transformado en un cuadrúpedo babeante, un remedo lastimoso de un perro salvaje. Un acercamiento: dos de esos hijos, protagonistas de las primeras páginas de la novela, soldados de una guerra de la que no sabemos nada y ciegos frente a su origen bastardo, son amantes cargando un rosario de cicatrices y heridas.
Podríamos leer Furia como un ajuste de cuentas y asumir después el papel de vengadores que parecen un poco desequilibrados pero se toman muy en serio sus propios agravios… y los ajenos. Nuestro tiempo, diríamos, no lo vería mal ni se conformaría con menos. Podríamos leerla también como una estrecha galería poblada por seres a los que sólo nos queda ofrecerles nuestra compasión. Furia exhibe un poderoso aliento literario, y qué es la literatura sino ese momento en el que despegamos los ojos de la página para escudriñar vagamente la realidad imprecisa que despunta más allá de la ventana.
ÁSS