Futuro de hablar

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

Nuestra especie produjo una inteligencia superior a la humana. ¿Quién es la herramienta y quién el usuario?

El software es bobo frente a esa capacidad indispensable en todo lo que sea humano: la de equivocarse. (Shutterstock)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Nuestra imaginación de futuro aún está concebida bajo la especie de la Revolución Industrial. Aquel salto de la energía natural, de los músculos humanos o de caballos, o del viento y las corrientes de agua, hasta la energía moderna, acumulada y reconducida por artificios. Seguimos pensando la potencia en caballos, por ejemplo. Y los géneros del futurismo siguen alucinando un progreso de los instrumentos, las herramientas y dispositivos de uso, con una potencia desnaturalizada. Para entender toda esta historia, quizá no haya mejor libro que la Historia económica de la población mundial, de Carlo Cipolla.

Hasta ahora, hemos pensado que los progresos tecnológicos eran materiales, cosas a la mano, extensiones de nuestras fuerzas: un cuerpo humano que dispone de recursos para beneficiarse del mundo y transformarlo a su favor. Hasta que las cosas se dispusieron en un orden de complejidad superior: los sistemas. La herramienta no hace nada sin la acción humana; los mecanismos, en cambio, usan a las personas como recursos. De esto se dan cuenta Proudhon y Marx, pero la mejor descripción es de Ivan Illich (El trabajo fantasma).

De un par de siglos a hoy, el futuro ha ampliado su lugar imaginario: podemos casi ver que la muerte por causas naturales dejará de existir y moriremos por violencia, accidentes o por falta de mantenimiento. Resulta admirable, pero ya no sorprendente, que podamos sustituir riñones y ojos por equipos más eficientes. Sin embargo, eso sigue siendo quincalla, hardware, transformación material.

Con todo, aquello que nos articula con la realidad, también nos transforma: el salto no será tan perplejante en su hardware como en su software.

Un mero ejemplo. Tenemos, rudimentarios y lentos, dispositivos de traducción universal: cada quien habla en su lengua nativa y recibe en esa misma lengua la traducción de lo que digan los demás. Vaya replanteamiento del debate medieval entre idealismo y realismo: entre aparato y aparato hay un “programa” traductor, que contiene y opera todos los lenguajes. Un pasito más y podrá “leerme” una tablilla del acadio o una estela maya como hoy puedo indicar a mi computadora que me pronuncie en voz alta un texto.

Una tendencia utópica me hace creer en la reparación de Babel: las lenguas se conservan y siguen su propia evolución entre sus hablantes, mientras que el entendimiento se universaliza.

Pero no debemos repetir las utopías sin calcular la distopía. Las lenguas se harán “idiolectos” y los hablantes, en grupos empequeñecidos, irán volviéndose cada vez más idiotas, más romos y tribales, perezosos y confiados en que los suple un software; capaces de todo el comercio y las técnicas, pero sin imaginación creativa.

Deja de tener interés aprender idiomas: todo es traducible bajo la certeza de que puede serlo en un instante, sin visible trabajo. No hay que ser adivino para ver ahí un escalamiento: de la herramienta, al mecanismo, al sistema.

La transformación de la historia será inmensa, no tanto en ese sentido material de los futurismos sub specie industrial, cuanto en que ya no será posible ser del todo extranjero en ningún lado. Pero la comunicación profunda, lo que le sucede a los humanos que sueñan y se enamoran en su lengua materna, como dijo Dante, irá escaseando y secándose en una tribu cada vez más breve, sumergida y marginal en el océano de la “omniglosia”. ¿Ahí existe alguna literatura?

Hay un universo de software que apunta a la caducidad del Estado Nación. Apunto un par de cosas: las criptomonedas son más confiables que la mayoría de las monedas nacionales. Si pensamos en francos, dólares o yenes, parecen fuertes, pero nos volvemos a otras regiones y cambia la perspectiva: resulta mucho más riesgoso un dinero tripulado por este o aquel gobierno, que una moneda virtual cuyo valor reside en lógicas y matemáticas inviolables (blockchain). Lo mismo con los smart contracts... Las matemáticas no mienten, los gobiernos, sí, mucho, todo el tiempo. Pero el software es bobo frente a esa capacidad indispensable en todo lo que sea humano: la de equivocarse, y equivocarse a propósito: mentir.

Por supuesto que habrá cambios notabilísimos en fierros y silicones y grafenos y motores, pero la transformación más profunda será en los símbolos y signos. Somos capaces, sin gran dificultad, de programar una aplicación que no podría desentrañar cabeza alguna. Nuestra especie produjo una inteligencia superior a la humana. ¿Quién es la herramienta y quién el usuario?

AQ

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