El libro número 15 de Gay Talese, leyenda viva del Nuevo Periodismo, es un compendio de retazos de otros de sus textos, principalmente de Vida de un escritor, un making off magistral sobre la realización del perfil periodístico más famoso del mundo, Frank Sinatra está resfriado, y una historia inédita sobre Nicholas Bartha, un doctor de origen rumano que voló su fantástica casa en Manhattan, con él adentro, para evitar entregársela a su exmujer después de un duro divorcio. Se titula Bartleby y yo y, de manera inexplicable, su editorial española ha suprimido el certero subtítulo con el que se publicó el año pasado en inglés: Reflexiones de un viejo escribiente.
Mr. Talese tiene ahora 92 años, una trayectoria profesional envidiable, un bastón para ayudarse a caminar, la elegancia y la memoria intactas, el sentido del gusto atrofiado debido al covid, una esposa amantísima en silla de ruedas después de una exitosa carrera como editora, el ego bien remachado y una generosidad extraordinaria con la que hace unos días atendió a la prensa española.
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En su casa o por teléfono, el maestro en el arte de contar historias dejó claro que a pesar del posible regreso de Trump y de las guerras y del auge de la Inteligencia Artificial en los medios de información, él planea seguir estando presente. El próximo año publicará una antología con sus mejores artículos sobre la vida y los personajes que habitan Nueva York (Una ciudad sin tiempo) y el esperado volumen sobre sus casi siete décadas de casado (Historia de un matrimonio de no ficción).
En esas entrevistas de promoción soltó, además, perlas como estas: “Yo no llamo por teléfono o por Zoom. Yo voy a los sitios y converso cara a cara con la gente”. “Lo que me hace sentir muy orgulloso es que lo que escribí hace 50 años todavía se lee bien hoy”. “Si actualmente yo trabajara en una redacción, no podría sobrevivir. Cualquier broma que le hiciera a una mujer me costaría la carrera”.
El título del libro (y prácticamente todo el desempeño profesional de este dandy) está inspirado en un relato de Herman Melville, Bartleby el escribiente, sobre un personaje anodino, asistente de un abogado de Wall Street que casi siempre pretende evadir las órdenes de su jefe con una frase ahora célebre: “Preferiría no hacerlo”. Bartleby es un don nadie y durante siete décadas Talese se ha especializado en escribir acerca de este tipo de personas para “hacer que la gente corriente pareciera extraordinaria”. Mientras sus compañeros soñaban con acceder a las salas del poder o entrar en contacto con las grandes estrellas del espectáculo, él se ocupaba de las historias de gente como los correctores y archivistas de su periódico, árbitros de boxeo, jardineros de los campos de beisbol, recogepelotas, técnicos de iluminación de Broadway, porteros de edificios, limpiabotas, paseadores de perros, afiladores de cuchillos o las taquilleras del metro.
Cuenta, por ejemplo, que el día del desfile de San Patricio de 1959 se propuso no hacer la típica crónica del evento. Así que preguntó quién sería el encargado de cerrar la marcha. Era un chico de 16 años con uniforme de rayas y gorra acabada en pico, que había esperado horas para que llegara su turno y cuando le tocó avanzar la lluvia ya estaba dispersando al público. A excepción de Talese, prácticamente nadie más se fijó en él. En otra ocasión, en octubre de 1963, cuando Estados Unidos descubrió misiles soviéticos en Cuba y casi todos temían el inicio de la Tercera Guerra Mundial, el joven reportero prefirió resaltar la historia de la comunidad pretecnológica de granjeros amish, donde predominaba la calma y no cabía la ansiedad colectiva. Cuando Talese dejó el Times, empezó a colaborar en la revista Esquire y entre sus primeros encargos estuvo hacer un perfil de Frank Sinatra. Y esta, señores, es la parte más pedagógica y deliciosa de este nuevo libro que nadie debe perderse.
Ojalá que Gay Talese viva más años para seguir contándonos más anécdotas y darnos más lecciones. Mientras tanto, hay que tomar en cuenta lo que le dijo el otro día a la redactora del periódico La Razón: “Creo que el libro que tiene en las manos es mi obituario. Te dice quién fui, cómo era de joven y cómo hacía mi trabajo. Y muestra cómo aún sigo siendo capaz de publicar una historia como la que cierra el libro. Tenía 80 años cuando empecé a investigarla”.
AQ