Es domingo y me asomo a la ventana de la sala para mirar a gusto la jacaranda que abre sus ramas como un bosque frente a mis ojos. Si las flores fueran luces, ese árbol sería una metrópoli de calles y edificios morados. Me doy cuenta entonces de que al otro lado de la avenida hay otro árbol más pequeño al que le han brotado hermosos racimos de flores rosas, un durazno quizá, cuyas flores se mezclarán con las de la jacaranda cuando crezca. Pero el árbol pequeño no está solo; un hombre permanece de pie junto al tronco, su brazo doblado se cuelga de una rama baja con cierta familiaridad amistosa. Lleva ahí bastante tiempo, por lo que deja ver su postura relajada. Usa jeans y camiseta, pero es un poco grueso para ser muy joven. Me pregunto qué estará haciendo frente a mi edificio, de pie junto al árbol, viendo la pantalla de su celular o hablando por teléfono, no lo sé porque no puedo distinguir su rostro detrás de las flores. ¿Estará esperando a alguien, habrá hecho un alto en el camino para descansar, estará haciendo tiempo para no llegar demasiado pronto a algún sitio? Tal vez espera una noticia, la hora de una cita que no llega. También podría estar vigilando a alguien del edificio, piensa mi parte paranoica, pero es absurdo. ¿A quién de mi apacible edificio podría vigilar ese hombre? A veces cambia un poco de postura, se apoya en un pie, ora en el otro, de repente uno de sus tenis se sacude con impaciencia. Atrás de él pasa una familia con un perrito, unos jóvenes alegres, adelante corre el domingo vacío con sus autos perezosos y las motos de mensajería que le llevan comida a todos los que no quisieron cocinar. Y yo frente a la ventana me pregunto con quién estará hablando, alguien que le dé alguna señal, quizá está rompiendo una relación o lo están dejando solo. Tal vez hay un lugar al que no puede regresar. Aquel hombre solo junto al árbol al que abraza con naturalidad como si fuera su pareja, tal para cual, mientras en el domingo tanta gente está adentro de su casa y tanta, también, está huyendo hacia alguna parte. Gente que escapa de las balaceras, los bombardeos, las tormentas, gente amenazada, mujeres que huyen de algunos hombres, niños y hombres que huyen de otros hombres. Quizá la historia de la humanidad está formada por gente que huye; mi familia proviene de una huida, pienso, mientras agradezco la sala con la ventana que da a las jacarandas y al durazno que acompaña al hombre como una buena amiga para que pueda esperar o hablar por teléfono. Un árbol que refugia a un hombre, las jacarandas que cobijan mis ojos mientras pienso en toda la gente que ahora mismo busca un refugio, quizá, tan sólo para esta noche.
AQ