Greguerías dictadas por un gato

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

La autora dedica este texto a los felinos, pues, asegura, necesitan a los escritores tanto como los escritores a ellos.

"Los gatos leen la escritura del vuelo de los insectos; a veces de un zarpazo les corrigen la ortografía". (Ilustración: Ramiro Moyeda)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

El gato sólo obedece a su Sueño.

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En las pupilas del gato vive otro gato más pequeño y flexible que al saltar le dicta sus secretos.

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La espina dorsal del gato se curva y se tensa como la cuerda del violín para producir el lamento del maullido.

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A un acuarelista chino y distraído se le derramó el agua sobre el dibujo e inventó al gato siamés.

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De noche, el perro dormido a un lado evoca la fogata y la cueva; el gato acurrucado en su rincón, la antorcha y el templo.

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Los escritores necesitan contemplar a los gatos mientras escriben, pero los gatos también necesitan a los escritores para que los contemplen mientras duermen.

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Los gatos leen la escritura del vuelo de los insectos; a veces de un zarpazo les corrigen la ortografía.

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La pata del gato es como la supuesta bondad humana, esa suavidad encantadora que en el momento menos pensado puede sacar las garras.

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El arreglo con la fiera es necesario y cuidadoso: yo te alimento y tú no me devoras.

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El ronroneo del gato dormido en el sillón, radiador del pensamiento.

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Por el sueño del gato desfilan pájaros y ratoncitos como en un caleidoscopio.

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La mano se arriesga a cruzar el puente que va de la cabeza a la cola; en sentido inverso, el cruce puede ser mortal.

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El maullido es una canción larga, melancólica y engañosa, una versión distorsionada del canto de las sirenas para convertirnos en esclavos de los gatos.

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El gato del teatro dirige con la cola su orquesta invisible.

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Desde el gato la sombra me mira.

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Veo a mi pequeño gato siamés y me parece un dios antiguo, una figurilla a venerar que, cínicamente, lo sabe.

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En la cola de nuestro gato tendemos nuestros ropajes las señoras cursis.

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Todos los gatos se parecen un poco a Marcel Proust.

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Los ojos verdes de los gatos, recuerdos de un árbol antiguo y mágico cuyas hojas se dispersaron entre las fieras.

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El pelo y los bigotes erizados de los gatos son antenas que convocan el auxilio del rayo y la centella.

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El gato duerme con espalda en C: la cola doblada, el espinazo curvo, las patas delanteras que abrazan a las traseras, su bigotona carita de señor.

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Pájaro y roedor, en el murciélago vive el imposible deseo del gato.

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En los bigotes de los gatos tañen sus canciones los fantasmas.

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En la oscuridad todos los gatos son pardos, excepto los gatos negros que salen a fundirse con la noche.

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El agua a la que temen los gatos se estanca en sus ojos azules.

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Los gatos atigrados llevan la escritura de su vida a cuestas.

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El gato siamés trae señaladas en negritas sus partes importantes.

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En un principio, la fiera perezosa quiere asesinar con la pura admiración; sólo cuando no lo logra saca dientes y garras.

AQ

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