En plena madrugada madrileña, la fiesta parece ocurrir en una acalorada y paradisiaca playa del Caribe o, tal vez, en una Villa Miseria latinoamericana, donde la miseria se aplasta con pisotones de diversión. Bajo una explosión de luz multicolor, un par de dj’s suministra una sucesión de ritmos tan estrambóticos como pegadizos. Suena la cumbia y suena la electrónica. Suena la quebradita y el bullerengue. Lo autóctono, lo folclórico. Suena, todo suena, hasta que una mezcla sicodélica nos engulle. Y quien no sabe bailar, se menea. O salta. O mira a los de al lado e imita sus movimientos. ¡¡Guepa, guepa, gueeeepaaa!! “Que la fiesta no pare. Que dure, por lo menos, hasta el lunes”, parecen decir los rostros que encarnan el desmadre. Sube la bilirrubina, sube la intensidad del güiro y las percusiones. Sube la temperatura y sube el ritmo cardiaco. Cuando Guacamayo Tropical actúa, ya puede acabarse el mundo que en esta burbuja del universo nadie se dará cuenta.
- Te recomendamos 'Hematoma': ebrios de extrañeza Laberinto
Andrés y David, dos colombianos treintañeros, flacos y fumones, se conocieron hace poco más de un lustro y desde entonces no han dejado de llevar su fiesta sicodélico-tropical por algunos rincones de la península ibérica y de Europa. Juntos se han propuesto rescatar el patrimonio musical de la popular y populosa América Latina, con la intención de poner a bailar a todos los distraídos. Para preparar un fiestorro como el de hoy, en la madrileña Sala Caracol, este par define antes las canciones, melodías y efectos que han de mezclar, distribuyen su escenografía en el escenario, simulando una selva, y entonces salen a ofrecer su repertorio con ilusión y sentimiento.
Un día, una amiga le contó a David que conocía a otro chico “en la misma onda” que él. David y su novia (inglesa) tenían un puesto de discos y ropa usada en un mercadillo ambulante del centro de Madrid. Hacían la vendimia bajo el nombre de Guacamayo y, después de enterarse que Andrés tenía un proyecto sonidero llamado Sistema Tropical, decidieron que, ante su inminente fusión, deberían llamarse Guacamayo Tropical. Así que organizaron una fiesta con amigos, luego otra y otra más. El público aumentaba y las sesiones comenzaron a realizarse en otras ciudades del país. En lugares pequeños, pero siempre llenos. “Teníamos que organizar nuestra informalidad”, me dijo Andrés, detrás de sus gafas de pasta, antes de comenzar a pinchar discos en su energética tornamesa. “Porque nos dimos cuenta de que podríamos llegar lejos. Porque en estas tierras somos una opción distinta para la noche”.
“Viene a vernos gente alternativa de muchas nacionalidades. A los africanos les encanta bastante. A los europeos que han viajado por Latinoamérica, también. Es gente que busaca algo más que el punchis-punchis de siempre, algo más original y divertido: cultura de la buena”, añade David, barba y caballera larga, quien llegó a vivir a España a los 16 años de edad (“porque andaba muy loco en Bogotá y mi padre quiso que me viniera para acá con él”), luego tuvo “un problema serio con las drogas” y, para salir de él, se refugió en la ayahuasca. “De hecho, todo esto que ahora hacemos lo vi gracias a ella. De repente me di cuenta de que llegaban muchos guacamayos a mi cabeza. Yo estaba en un planeta rojo y ahí empecé a tocar música sabrosa”, se sincera conmigo.
Hace unos días, los dos regresaron de México, donde hicieron “arqueología de sonidos”, y se trajeron varios vinilos que quizá pronto integren a su exótico show. “El año pasado estuvimos por muchas partes de Europa. En Holanda, Finlandia… Muchos no sabían bailar, pero saltaban e intentaban moverse con el ritmo. En Suecia, en un lugar muy elegante, estaban encantados bailando lo nuestro”, dice Andrés. “Hay quien nos mira como ‘¡uy, estos jipis-come-plantas!’, pero después se empiezan a interesar por lo que hacemos”, interviene David, con media sonrisa, y yo le confieso que también los miro un poco así, pero que la verdad… ¡esto mola mogollón, tío!
Lo importante para ambos es dejar claro que la música latina es mucho más que el reguetón y la bachata. “Pero es verdad que hay más interés por lo latino en Europa que en España. Porque aquí el racismo también es musical, todo hay que decirlo”, apostillan los chamanes de la sabrosura que con sus mezclas se han propuesto, modestamente, poner a bailar a todo el Sistema Solar.
ÁSS