Qué extraña y fascinante es la novela Los hijos del volcán (Alfaguara), de Jordi Soler: extraña por la justeza con la que el presente convive con un tiempo inmemorial, y fascinante por la andadura de su protagonista, Tikú, un indio totonaca investido como deidad por una tribu milenaria que habita las faldas de un volcán señorial.
¿Dónde estamos? En la selva y el bosque de Veracruz, y también en un pueblo gobernado por un cacique rubio. Salvo las acciones del narcotráfico y los fastos de algún presidente municipal, nada parece sugerir que esa zona pertenezca a México. Los personajes se mueven entre las brumas de la memoria y códigos tan rancios como el de ojo por ojo y diente por diente.
Es cierto que a cada tramo salen a nuestro paso las miserables rutinas de trabajo, peones embrutecidos por el guarapo, mujeres condenadas a la sumisión, la batalla desigual entre los dueños de la tierra y los desheredados de siempre, pero Jordi Soler prescinde con tino de la moralina y la diatriba sociológica por las que ahora muchos autores se desviven. Ahí están esos espectros, con todo y su corte de agravios históricos, pero sólo para enmarcar el drama de su protagonista: ¿qué significado tiene haber renunciado a las migajas de la civilización para volver al estado semisalvaje del trampero y recolector de raíces? El viaje de regreso a la naturaleza representa de igual modo el encuentro con las potencias destructoras que hacen posible el trato igualitario de la vida y la muerte.
En Los hijos del volcán hay lugar para las verdades del mito y los demonios del progreso, para las armas de fuego y las lanzas con puntas talladas, para chamanas y gigantas que olfatean el futuro. Esta doble condición guía los pasos de Tikú, tal vez como recordatorio del “círculo perverso en el que le había tocado nacer”: a pesar de sus esfuerzos por seguir la vocación de maestro rural, no deja de oír a “la voz de adentro”, siempre necesitada de un crimen ritual.
Me he negado a leer Los hijos del volcán desde la perspectiva de la conquista y el sometimiento de los pueblos originarios de Mesoamérica. El lector puede contradecirme. Prefiero considerarla a la sombra de los destinos individuales enfrentados al dictado ciego de la Historia.
Los hijos del volcán
Jordi Soler | Alfaguara | México | 2021
AQ