Humor, la ambigua frontera entre orden y anarquía

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Desde aliviar nuestro estado de ánimo hasta cuestionar el status quo, se trata de una habilidad con infinitas posibilidades.

El derrumbe de lo coherente y unívoco es un espectáculo que mueve a la risa en sus distintas modalidades. (Generado con tecnología DALL E 3)
Armando González Torres
Ciudad de México /

El humor es un fenómeno ambivalente que puede asumir las más diversas manifestaciones y significaciones sociales. El humor puede transitar desde el ingenio de los círculos intelectuales hasta el rapto carnavalesco de las muchedumbres pasando por el desplante surrealista. Igualmente, el humor puede ser reaccionario o revolucionario, brutal o exquisito y traducirse en violencia denigratoria o en identificación solidaria.

En su libro, Humor (Taurus, 2021) Terry Eagleton analiza las variedades y usos de esta desconcertante y gratificante facultad humana. De entrada, sugiere el autor, el humor muestra un lúdico mundo al revés, en el que se aligeran todas las cargas sociales, lógicas y morales. El humor es especialista en rebajar lo más sublime y respetable, en invertir los valores y en burlarse de las convenciones. El humor también instaura una saludable conciencia de la fragilidad humana que ayuda a enfrentar lo inevitable (la debilidad, la enfermedad, la muerte). Por lo demás, el humor es un medio de conocimiento que, saltando de la ética a la estética, permite avizorar experiencias e imágenes de otra manera inaccesibles.

El humor constituye, pues, una ambigua frontera entre naturaleza y cultura y entre orden y anarquía. Así, el derrumbe de lo coherente y unívoco es un espectáculo que mueve a la risa en sus distintas modalidades y que suscita emociones que van desde la revancha y el alivio hasta la euforia o la perturbación.

A decir de Eagleton, la recepción social del humor también ha cambiado: la Edad Media y luego la época de las guerras religiosas fueron etapas reacias a la risa, pues este fenómeno favorecía el descontrol o las discrepancias. La edad moderna ilustrada, en cambio, con su búsqueda de armonía encontró en el humor una manera idónea de congenialidad. Por ejemplo, en la Inglaterra del siglo XVIII el humor cordial se volvió un signo de apertura mental, refinamiento e inteligencia y un antídoto contra el fanatismo. Bromear y soportar bromas mostraba tolerancia y resistencia psicológica para ser capaz, incluso, de reírse de uno mismo, y permitía observar, reconocer y compadecer los propios defectos encarnados en otros. Este tipo de humor con su ánimo de elevación intelectual, ingenio estético y conciliación política favorecía las relaciones interpersonales que se establecían más allá de los lazos de parentesco y con ello animaba la cooperación y la confianza indispensables para el florecimiento de una sociedad moderna.

El cuidadoso despliegue del humor en las conversaciones buscaba relativizar las diferencias y antagonismos y la risa compartida, producto del ingenio, constituía una de las formas más altas y placenteras de la civilidad. Sin duda esta concepción del humor como agente de civilización tiene mucho de idílica; sin embargo, es imposible no sentir nostalgia de ella ante el triste papel del humor en la vida actual: reducido a sus expresiones más degradantes en la cultura de masas y erradicado de la conversación pública.

AQ

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