Ni para detrás ni para adelante, hay que esperar. Esperar a que se resuelva un trámite, recibir una noticia, hacer un estudio médico, a que llegue o se vaya, a que se sepa qué pasará, que salga el resultado, que decidan quién, a que pase esto, a que todo pase, mejor no, que no pase. Y sólo esperar, qué tormento.
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Esperar es una actividad que agota, diríase que es un disfraz de actividad, como cuando las madres tejen o leen con paciencia ejemplar mientras esperan a que sus niños estudien canto, karate o lo que sea. Espera la gente haciendo cola para tomar un camión, recibir las tortillas, subir al avión. Los que esperan turno en los hospitales, o peor, los que esperan a que terminen las operaciones de sus parientes, los que se torturan en el consultorio sabiendo que tarde o temprano el médico les dará una noticia. La gente que espera en una sala fría e imagina cómo pasa un papel de mano en mano, de firma en firma, hasta que se cumple un trámite. Las embarazadas que esperan a que el niño se logre, como un pastel en el horno o un guiso de fiesta. Los presos que esperan la condena, la sentencia del juez.
Hay lugares hechos para esperar, salas donde sentarse a mirar relojes y ventanas, pero hay esperas que no tienen lugar: esperas largas sobre las que hay que vivir las minucias y los pleitos de cada día en el absurdo de Vladimir y Estragón. Debajo de todo ello, como una serpiente fría entre túneles de barro, se desliza la espera: ¿de verdad llegará Godot?, ¿importará cuando llegue? Los poetas siempre lo dicen mejor: “Estoy ausente y estoy presente en estado de espera”, escribió Huidobro en “La poesía es un atentado celeste”, esperando el poema.
Imagino que los animales esperan, a su modo: el león, a que aparezca la presa; el perro, a que llegue el amo y lo lleve a pasear. Mientras tanto, ambos duermen. ¿Esperan dormidos los insectos a la noche? El sueño es su manera de esperar. En cambio nosotros distraemos a la espera con nuestros celulares infinitos, con libros, tejiendo los minutos, las horas, puntada a puntada, fantaseando con posibilidades: en la mente dibujamos todos los desenlaces posibles y sus ramificaciones, vivimos la gloria o la tragedia en el aire de la incertidumbre.
Algunas esperas emocionadas nos ponen a actuar, febrilmente, a trabajar en esto o lo otro, organizar comidas o viajes, tejer y planchar, a darle empujones a la rueda del tiempo para que pase deprisa. Otras, simplemente, nos espantan el sueño a la medianoche con su ácido cuando hemos pasado el día tratando de olvidarlas. ¿Despertarán igual los animales de su sueño, las plantas a la espera del sol o la lluvia?
La vida, ya sabemos, no es sino una larga espera.
AQ