‘El imperio de la luz’: una historia de amor a la luz del proyector

Cine

Dirigida por Sam Mendes, la cinta nos recuerda la oportunidad y la promesa que hay en los días.

Olivia Colman en ‘El imperio de la luz’. (Searchlight Pictures)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Hay un cine en la ciudad de Kent que se llama Imperio. El nombre parece aludir a este imperio moribundo: el inglés. Estamos en 1981 y en este cine hay una mujer bipolar que se agarra a la vida y a la felicidad.

El imperio de la luz es la última película de Sam Mendes (disponible en Star+) y comienza cuando a este cine viene a trabajar un muchacho negro con el que ella, ya mayor, vivirá una improbable historia de amor. Mendes debe ser recordado por 1917, una película terrible y hermosa de la que hablamos aquí. El imperio de la luz lo consolida ahora como un director capaz de explorar la existencia en todas sus aristas. Aquí sondea con nosotros la soledad, la locura y, claro, el cine y la luz.

El Imperio, este viejo teatro fílmico, guarda en el ático (a un tiempo polvoso y bello) el recuerdo de aquellos tiempos en que uno miraba el cine en sitios así, lujosos y alfombrados. En este ático ella lo besa de modo impulsivo y por primera vez. Pero hace falta un poco de luz. Lo hemos adivinado: desde el punto de vista formal, la obra narra cuadro a cuadro el estado de ánimo de la Inglaterra en tiempos de Thatcher; ese que, en otra película que discutimos recientemente (El tiempo del Armagedón) marca el inicio de un sistema que hoy vemos morir.

La luz en la película a veces se aplana y a veces cruza dorada la cara de los protagonistas. A veces parece acuchillarlos. Kent se debate entre el racismo y la inclusión. Más allá del Imperio la historia transcurre y adentro el proyeccionista explica a este joven cómo cambiar un rollo de película, algo tan arcaico que parece que a este cine la historia no llegará. Pero llega, por supuesto. Y es necesario ver. Como en 1917 Mendes sigue comprometido con llevar el arte hasta el límite de lo poético. Y en este caso no hablamos de montaje sino de poesía verbal.

¿Para qué sirven los días?, preguntan con Philip Larkin. Los días están aquí para nuestra felicidad. Vienen y nos despiertan. La poesía sirve a Mendes como hilo conductor que lleva a Hilary desde la desesperación de su apartamento hasta la casa en que Stephen mira triste a su madre. Ella se ha quedado dormida frente al televisor. ¿Para qué sirven los días? Para luchar en esta ciudad gris contra la locura y la historia. ¿Le ha dolido la cabeza?, pregunta el médico. Debe ser el litio, admite ella un poco confundida. Pronto la veremos estallando en un acting bipolar y, sin embargo, hay en su ataque psicótico algo luminoso. Ese algo de Jack Nicholson en Atrapado sin salida o en Mejor imposible; la locura extravagante del novio de Meryl Streep en La decisión de Sophie. La poesía de Larkin pone a Hilary en paz con la locura, con el día a día en que se compromete a tratar de buscar la felicidad. También Stephen, a pesar de los bastardos que vagan por las calles de Kent cazando a gente de piel oscura para romperles los dientes por gusto y nada más.

Además de la extraordinaria fotografía de Roger Deakins, El imperio de la luz está actuada con la finura de quien ama el detalle. Olivia Colman es la contraparte perfecta del soñador Micheal Ward. Sus cuerpos, como sus locuras, se complementan y por eso en el primer beso estalla la luz, los fuegos de artificio en el cielo de Kent.

Es cierto, El imperio de la luz es por momentos cursi. No tiene la firmeza de 1917 ni la simplicidad de Belleza americana, pero lanza un mensaje que a veces es necesario volver a escuchar. Que aquí están los días y que gracias a ellos tenemos una nueva oportunidad: aprender a vivir.

El imperio de la luz

Sam Mendes | Reino Unido | 2022

AQ

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