Los indecisos

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En la biografía 'Erasmo de Rotterdam', Stefan Zweig retrata al filósofo como un mártir de la libertad.

Para Zweig, la hazaña de Erasmo consistió en el valor de no decidir. (Especial)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Acaso la avidez de Stefan Zweig por escribir biografías se debía a que, a través de la reconstrucción de las tormentas históricas y los dramas individuales que experimentaban sus biografiados, exploraba aspectos insondables de su propia vida y destino. Su biografía Erasmo de Rotterdam (Paidós- Austral, 2024), fue publicada a mitad de los años treinta, en pleno ascenso del nazismo y cuando, como ocurrió en la época de Erasmo, el encono se aprestaba a cubrir con sangre cualquier optimismo antropológico.

Erasmo fue el prototipo de la esperanza renacentista, un enamorado de la humanidad que cultivaba un cauto optimismo y que aspiraba a la paz, el progreso y los placeres de la convivencia. Su figura fue el motor de un movimiento supranacional de humanistas cristianos unido por la admiración al pasado clásico, el gusto por el arte y el culto al libro. Sin embargo, esta comunidad espiritual pronto fue truncada por la división religiosa que urgió a la militancia inequívoca en un partido.

Para Zweig, la hazaña de Erasmo consistió en el valor de no decidir o, más bien, de decidir su permanencia como un hombre libre, lo que, empero, lo dejó a la intemperie y más vulnerable que nunca a los odios desatados. Así, Erasmo no quedó plasmado en la memoria como el mártir emblemático de una causa, sino como un nebuloso indeciso.

Zweig relata la gesta de Erasmo, ese niño de orígenes confusos, que fue acogido por la Iglesia, y que, con base en un sutil instinto de supervivencia y un enorme genio, logró dispensar las terribles disciplinas del bajo clero y ensayar el oficio de intelectual nómada que se acerca a todos y no se sujeta a un solo amo. Igualmente, Erasmo conoció en toda Europa un grupo de espíritus afines, unidos por el amor al saber y la sociabilidad ilustrada, con quienes integró un rico e insólito espacio de intercambio intelectual. Sus libros, muchos de ellos concebidos con el afán pragmático de facilitar la enseñanza, o como simples divertimentos, le atrajeron éxito y notoriedad.

Por lo demás, la gracia y ambigüedad literaria que imprimió a su escritura permitió que materiales inflamables, como su Elogio de la locura, circularan ampliamente y generaran las carcajadas de muchos de los que criticaba. Su ascenso, rehuyendo siempre establecimientos fijos y compromisos, fue lento y difícil, pero poco a poco se convirtió, como dice Zweig, en el primer europeo “consciente de serlo”.

En su vasta obra, desde su sátira hasta su pensamiento filosófico y pedagógico o su trabajo filológico, Erasmo innovó y prefiguró una reforma religiosa bien temperada; que, sin embargo, llevada adelante por el ímpetu de otros, desató consecuencias inesperadas y trágicas para el ideal de cristiandad. Con su talento narrativo, (y una desconcertante clarividencia que anticipa su propia indecisión y martirio) Zweig pone en escena la liza entre Erasmo y su tiempo, las controvertidas posturas del sabio y su amargura al ver sepultado en vida su ideal de convivencia civilizada.

AQ

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