Todos están muertos

A fuego lento

En Instantáneas, de Gerardo de la Torre, se exponen trazos de algunas figuras del cine, la literatura, el periodismo cultural y el comunismo mexicanos.

El escritor oaxaqueño Gerardo de la Torre. (Archivo)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

No he podido desoír el llamado del más reciente libro de Gerardo de la Torre: Instantáneas (Cáspita), con un tiraje escaso de cien ejemplares. De modo que, contraviniendo el espíritu de esta columna —el comentario de la actualidad narrativa en México—, me pongo en la dirección de esas “18 viñetas sobre la vida y sus esquinas”.

El lector puede tomarse la lectura de este libro como la visita a una galería donde se exponen trazos breves y precisos de algunas figuras del cine, los escenarios teatrales, la literatura, el periodismo cultural y el comunismo mexicanos. Representan la alegría creadora, la combatividad o aun el talento malaventurado y, sin excepción, todas están muertas. Ni Juan Manuel Torres, ni Claudio Obregón, ni Rafael Ramírez Heredia, Juan Rejano, Alberto Isaac, Vicente Leñero... siguen aquí pero Gerardo de la Torre se encarga de conservarlos sin echar mano del embalsamamiento o el formol. Están presentes por la sola y tenaz acción de la amistad volcada hacia la escritura.

Está claro que en la prosa de Gerardo de la Torre convergen el humor y la reflexión. Sirviéndose de uno y de otra, logra capturar a sus personajes en un momento fugaz de sus vidas. No los congela; los convierte en ejecutantes, de modo que sus palabras y sus actos se ofrecen a la luz de una actitud vigorosa. Quizá por ello no hay rastros de nostalgia en Instantáneas; hay mucha vitalidad y bastante indiscreción como quien no quiere la cosa, generalmente al servicio de la malicia necesaria para reconstruir y a la vez formar parte de los escenarios adonde vuelve.

En este sentido, Gerardo de la Torre va pintando su propio retrato mientras ejecuta el de cada uno de los otros. Deja pistas aquí y allá —la militancia política, el beisbol, la novela policiaca, la tertulia, el box—, sin la pedantería de los bocafloja autobiográficos. Si los fantasmas que convoca resultan entrañables es porque sus palabras dan cuenta asimismo del hombre que es: generoso y lleno de curiosidad. Por más atareadas y enérgicas que sean, uno no puede, sin embargo, leer estas Instantáneas sin dejar de pensar en la rotundidad de la muerte. Como dice Gerardo de la Torre a propósito de Pedro Armendáriz, hijo de Pedro, uno de los instantáneos: qué breves resultan los destellos de algunas vidas aunque hayan sido ricas, fecundas y prolongadas.

ÁSS

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