El lector podría terminar la lectura de La invasión del pueblo del espíritu (Anagrama) y concluir que se trata de una novela sobre el odio racial y la voluntad de aislamiento. Como una melodía pegajosa, oímos de la presencia de lejanorientales, nororientales y próximorientales que prosperan donde antes lo hacían los habitantes de origen o los primeros migrantes.
El lector podría aventurar incluso, y no sin asombro, que desarrolla la hipótesis de que la Tierra no es sino un laboratorio en el que fuerzas extraterrestres juegan a los dados. Y aún más: podría advertir que no es ninguna cosa ni la otra sino el itinerario de una amistad entre dos hombres simples —un hortelano y el dueño de un restaurante en bancarrota— y entre uno de esos hombres y su perro, invadido por el cáncer.
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El lector podría también sospechar que las acciones ocurren en una provincia catalana, pero eso carece de importancia pues lo verdaderamente crucial es que sin la sapiencia narrativa de Juan Pablo Villalobos ni el espectro del odio racial, ni la conjura científica, ni la amistad, cobrarían la fuerza necesaria para sacarnos por completo de este mundo.
Desde el inicio, mientras conocemos a los protagonistas —Gastón y Gato, Max y Pol— y su presente amenazado, Villalobos establece las reglas del juego literario: el narrador no es uno, sabio y omnipresente, sino los lectores que continúan fieles a la página. “Estamos cansados de historias de resentidos”, leemos, “estamos hartos de enaltecer el rencor y las frustraciones”. De este modo, sin prestar atención a la psicología o a las intromisiones en el curso de la trama, observamos, como espectadores, tan solo aquello que los protagonistas están dispuestos a ofrecer. Cuando asistimos a la muerte de Gato, el perro en desgracia, y su compañero se apresta a enterrarlo bajo un algarrobo, esa voz colectiva llama al pudor y declara: “vamos a dejarlos solos, no tenemos derecho a estar aquí ahora, vamos a meter la nariz en otro lado”.
La invasión del pueblo del espíritu trae de regreso la noción de que la literatura, cuando no se comporta como una criada del mercado, es sobre todo, e incluso cuando se inclina hacia la ficción, una moral y una ética, una señal precisa para un momento justo.
La invasión del pueblo del espíritu
Juan Pablo Villalobos | Anagrama | España | 2020
ÁSS