Inventados por Morel | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

"No dejo de pensar que mientras permanezcan encendidas las máquinas, nuestras imágenes vivirán para siempre".

Detalle de portada de 'La invención de Morel', en edición de Austral.
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Es una experiencia extraña, dolorosa y absurda visitar las páginas en las redes de la gente fallecida. Día tras día, cada uno de ellos imprimió en esa página fotos e historias que contaban los avatares de su vida; hacia el final, en las intervenciones más recientes, perviven los avisos que otras personas escribieron anunciando su muerte y los mensajes doloridos de amigos y familiares. Algunos se remontan hasta el presente por si el alma existe y los puede ver desde algún lugar, o como una manera de mantener su recuerdo. Es decir que también puede ser reconfortante saber que “ahí” sigue quien ya no está aquí.

Parece mentira, pero visto desde mi generación, todo esto me sigue pareciendo extraño y me fascina a la vez. Hace poco volví a leer La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, y me impresionó la similitud de su trama con esta vida de imágenes que se ha convertido en una ramificación de la nuestra. Ya se había dicho, desde luego, e incluso se habla de que fue una novela premonitoria, aunque curiosamente no es de ciencia ficción, pues está más cerca del género fantástico y su fondo es el tema filosófico de la eternidad que tanto a Borges como Bioy inquietaba.

En el origen de las imágenes que pueblan la isla de Morel hay una máquina; la idea proviene, con seguridad, del cine. Con sus proyecciones, Morel apuesta a la búsqueda de esta eternidad y por lo mismo se sacrifica y sacrifica a sus amigos, a quienes graba en una semana de vacaciones, en apariencia feliz. El prófugo que llega a la isla tiempo después se involucrará con las imágenes creadas por Morel como a muchos nos ocurre ahora con las voces y las imágenes en las redes: quizá la carne no se nos pudre como les sucede a ellos, pero buena parte de nuestra vida la dejamos en aquel mundo de videos, fotos y palabras lanzadas al aire, como si realmente habláramos entre muchos que no nos conocemos. Tampoco es para hacer escándalo ni drama: lo mismo ha ocurrido con el arte a lo largo de la historia y viéndolo bien, mucha gente vive más cosas a través de las imágenes que las que pudieron haber experimentado en una vida “concreta”, por llamarle de algún modo a la anterior —suena curioso pero sí, hubo una vida anterior: quizá durante los años a la del siglo diecinueve se le consideró así—. Los que nacimos en el siglo veinte no dejamos de tenerla presente, aunque sintamos la misma fascinación por este presente tan representado: no dejo de pensar que mientras permanezcan encendidas las máquinas (la energía solar las podrá hacer eternas), nuestras imágenes vivirán para siempre, como las de Morel, y seguramente los visitantes prófugos de otros planetas se enamorarán de ellas.

AQ

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