Iris Murdoch: amar lo diverso

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Para la escritora irlandesa, el buen novelista, al recrear las más distintas psicologías y situaciones, realiza un despliegue estético de apertura y tolerancia.

Jean Iris Murdoch, filósofa y novelista irlandesa. (Archivo)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Iris Murdoch fue una mujer libre, descollante, controvertida, que desató pasiones y admiraciones antagónicas. Esta autora, que cultivó con la misma deslumbrante inteligencia la filosofía y la literatura, entendía muy claramente los estrechos vínculos entre ambas disciplinas. Leyendo sus ensayos sobre el cruce de estas esferas se comprende mejor su método creativo y su reivindicación del arte como generador de libertad. Los textos reunidos en La salvación por las palabras. ¿Puede la literatura curarnos de los males de la filosofía? (Siruela, 2018), si bien escritos a lo largo de diversas décadas, tienen sentido de unidad y gran vigencia.

Para Murdoch, la literatura es la más filosófica de las artes, pues la palabra constituye el instrumento por excelencia del discernimiento intelectual y moral. En particular, la novela es el género idóneo para indagar más profundamente en la moral, ya que su variedad de caracteres, situaciones y reacciones suele oponerse tanto el racionalismo mecánico a menudo dominante en la filosofía, como a la visión simplista y uniforme de la naturaleza humana que impulsan los autoritarismos y totalitarismos políticos. En efecto, la conducta y las decisiones de mujeres y hombres no responden a un modelo general y previsible, sino que constituyen un acertijo, en el que se mezclan azares, sinrazones y emociones.

A decir de Murdoch, la moral y el arte tienen como elemento común al amor y el amor es, ante todo, el reconocimiento del otro, de su experiencia individual y distintiva. El amor implica el respeto y, también, el infinito asombro y tolerancia ante una otredad radical e irreductible. Por eso, adiestra el corazón y la mirada en la comprensión y la empatía con los demás. El gran arte, a través de la creación de personajes únicos, a menudo muy distintos del autor, enseña a valorar lo particular y lo diferente y, después de leer ciertas novelas, la vida se vuelve una red más densa, compleja y rica. En contraste, sugiere Murdoch, la maldad constituye una manifestación del solipsismo que, aterrado de la diferencia, la contingencia y el desorden de la realidad, quiere imponer a toda costa su visión única y frecuentemente fantasiosa del mundo. Por eso, como lo explica la misma Murdoch en El fuego y el sol. Por qué Platón desterró a los artistas (FCE, 1982), no es extraño que los fanáticos del orden y el pensamiento dirigido, como el propio Platón, expulsen a los peligrosos artistas de su ciudad ideal.

De hecho, agrega Murdoch, el buen novelista, al recrear las más distintas psicologías y situaciones, “como si pudieran existir más allá del propio autor”, realiza una salida de sí, un despliegue estético de apertura y tolerancia. Este acto de reconocimiento del otro se contrapone a la inclinación de los tiranos de todos los tiempos, que abominan de la diversidad y el libre albedrío, desdeñan cualquier expectativa o proyecto de vida que difiera de los suyos y aspiran a tutelar una humanidad más simple y obediente.

​AQ

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