Janet Malcolm, la escrutadora

Opinión | Café Madrid

Consolidada como una de las colaboradoras más significativas de The New Yorker, la autora de El periodista y el asesino es un referente del periodismo actual.

Janet Malcolm, periodista y escritora reconocida. (Foto: Nina Subin)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

Hay entre los periodistas una figura que suele dividirnos. Se llama Janet Malcolm. Nació en la antigua Checoslovaquia pero vive y trabaja en Estados Unidos; gracias a sus reportajes, biografías y ensayos es una “vaca sagrada” (le guste a quien le guste y le pese a quien le pese) de la no ficción, y en 1990 publicó un famoso (y muy manoseado) libro titulado El periodista y el asesino, el cual escarba como pocos en la dimensión ética del periodismo y cuyo célebre inicio es un dardo directo al corazón de la profesión: “Todo periodista que no sea demasiado estúpido o demasiado engreído para no advertir lo que entraña su actividad sabe que lo que hace es moralmente indefendible”.

Para unos, la sentencia es una verdad irrefutable. Para otros, el principio de “la honestidad siempre por delante” la echa abajo. La discusión es añeja y se sitúa en una escala de grises (nunca en blanco y negro), pero no pretendo aquí engordarla o atascarla más. Si invoco a la mujer que ha diseccionado a figuras como Sylvia Plath, Sigmund Freud o Antón Chéjov es porque en este raro, obligatorio y largo confinamiento he podido leer, ¡por fin!, la estupenda entrevista que Janet Malcolm concedió en 2011 a The Paris Review, la revista que desde hace más de medio siglo se encarga de recabar los métodos de trabajo de los grandes escritores contemporáneos. En plena pandemia, como un fantástico guiño a los encerrados, la publicación ha “liberado” (es decir: deja leer sin previo pago) el esgrima entre Malcolm y la entrevistadora Katie Roiphe.

El largo texto comienza, eso sí, dando cuenta del “divismo” que caracteriza a una de las plumas más significativas del The New Yorker (a ver: es verdad que tiene sus cosas; pero, oigan, eso no le resta importancia a su obra). Katie Roiphe fue a su casa, llena de libros, y ambas conversaron un buen rato junto a un té de menta.

Llegó el momento, sin embargo, en que la anfitriona le pidió que no encendiera la grabadora, pues prefería que le mandara las preguntas por correo electrónico para responderlas con mayor precisión. Roiphe aceptó y, durante varios meses, intercambiaron pareceres muy bien pulidos. “La desventaja del correo electrónico es que parece generar una especie de formalidad, pero la ventaja es la familiaridad de estar en contacto con alguien a lo largo del tiempo. Para nosotras, este estilo particular de comunicación tenía la cualidad tranquilizadora y anticuada de la correspondencia; es como la propia Malcolm: cuidadosa, minuciosa, un poco esquiva”, apunta Katie Roiphe en su entradilla.

Si esta entrevista resulta fundamental para todo aquel que se dedique o le interese el periodismo es porque en ella, Malcolm, la escrutadora, suelta perlas como éstas: 

“En mi escritura, de pronto, comencé a tomar partido. Fui influida por la deconstrucción. Y gracias a ella supe que no existe un observador desapasionado, que cada narrativa se ve desviada por el sesgo del narrador”.


“No sé si los periodistas son más agresivos y maliciosos que las personas de otras profesiones. Ciertamente no somos una ‘profesión que ayuda a los demás’. Si ayudamos a alguien, es a nosotros mismos”.


“¿Qué me gusta leer? Me encantan las grandes novelas y cuentos ingleses, estadunidenses y rusos del siglo XIX. Jane Austen, George Eliot, Trollope, Dickens, James, Hawthorne, Melville, Tolstoi y Chéjov se encuentran entre mis favoritos”.


“Escribir, para mí, es un proceso de tirar constantemente cosas que no parecen lo suficientemente interesantes”.

Tiempo después de que Janet Malcolm contara la historia del periodista que se había ganado la confianza de un asesino para que le diese todos los detalles de su delito, diciéndole que estaba de su parte y, finalmente, lo “traicionara” al escribir un libro desfavorable hacia él, la reportera y escritora (que no es tan frágil como parece) fue acusada de “inventarse algunas de las citas” que forman parte de su libro En los archivos de Freud. Pasó por los tribunales y, aunque fue absuelta, capitalizó todo ese proceso en su beneficio.

Dice en el remate de la entrevista de The Paris Review: “No fue agradable ser demandada y fue doloroso ser ridiculizada por mis colegas periodistas, pero también fue una experiencia que no habría querido perderme. Porque no amenazó mi vida y fue algo profundamente interesante. Me sacó de un lugar protegido y me arrojó agua helada. ¿Qué más puede pedir un escritor?”.

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