Jet lag | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

El tiempo se ha convertido en una cosa muy extraña. Lo ganamos en años de vida, pero lo perdemos asomados a las pantallas mirando la vida de los demás.

Regresamos de aquel viaje tan doloroso y sin embargo no parecemos haber vuelto del todo. (Foto: Kevin Andre | Unsplash)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Pero qué afán de viajar tan rápido. Los marineros de los antiguos galeones padecían náuseas, locura, escorbuto, se ahogaban en el alto oleaje de las tormentas y los atacaban tiburones y barcos enemigos, cosillas así, pero estoy segura de que nunca sufrirían el jet lag. A que nadie les decía: ganaste siete horas en la travesía a Guyana, pero de regreso a Sevilla las perderás, si te libras de los piratas. Con llegar vivos ya estaban contentos, no se ponían a contar horas. En cambio nosotros, que arribamos sanos y salvos, y tan rápido en comparación, nos lamentamos del tiempo robado por los husos horarios y el estado de embotamiento en que aquello nos deja: por cada hora, un día de despertar a las tres de la mañana y roncar a las dos de la tarde.

El tiempo se ha convertido en una cosa muy extraña que atesoramos y perdemos con la misma arbitrariedad. Lo ganamos en años de vida, lo perdemos asomados a las pantallas mirando la vida de los demás. El tiempo eterno en la espera y tan escurridizo en las ansias y las prisas, pues la realidad muchas veces nos escamotea el poco tiempo de que disponemos.

¿Quién no habla ahora de recuperar el tiempo de la pandemia? De alguna manera la sensación persiste: ya regresamos de aquel viaje tan doloroso y sin embargo no parecemos haber vuelto del todo. El paréntesis no se cierra en el punto en que nos habíamos quedado, la vida nunca retomará aquella textura, si acaso adquirirá otra distinta. Es un tiempo robado como el de las guerras, las catástrofes, lleno de huecos, y la expectativa de ese retorno pareciera desfasar nuestra percepción, como en un jet lag. El transcurso fantasmal de los días que podríamos haber vivido de no suscitarse aquella interrupción tan dolorosa pareciera imponer en nuestros cuerpos sus ritmos, sus horas, mientras vamos abandonando la esperanza de retornar a aquello para adaptarnos a lo que sigue. Pero quizá perdemos el tiempo hablando del tiempo. Solo Proust, en el tiempo suspendido de su lecho inmortal –se exhibirá por los siglos de los siglos en el museo Carnavalet– se dio a la tarea de recuperar el Tiempo que la memoria del cuerpo atesora. Sólo Proust, que murió hace cien años.

Mientras tanto en México se recupera el tiempo que el horario de verano había, se dice, robado. Es el horario de Dios, afirman aquellos a quienes en la pandemia más pareció estarles aconsejando el diablo, pero en ese nos quedaremos. ¿Estaremos entonces desfasados del mundo, padeceremos escorbuto temporal? Solo falta que alguien nacionalice nuestras horas —y recordemos que los domingos se transmite la Hora de México— para que vivamos el retorno a un tiempo único y suspendido, con su eterno jet lag.

AQ

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