Poco después de que se mudara a Nueva York para trabajar en la revista Vogue, Joan Didion empezó a sentir una intensa nostalgia por su California natal. El clima, los ríos, las camelias, la historia de sus antepasados y, por supuesto, su infancia en Sacramento se apoderaban de la mente de la única mujer que, años después, sería admitida en el muy masculino club del Nuevo Periodismo. Así que para apaciguar ese torrente de recuerdos, y para atraparlos, cada noche se sentaba a teclear un rato en su Olivetti. Con el paso del tiempo y desde la distancia, la añoranza dio paso al registro de los cambios y las contradicciones de esa geografía idealizada hasta que, entre una cosa y otra, la constancia en la escritura dio como resultado su primera novela, Río revuelto.
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Cuarenta años después de haberla publicado, la autora fallecida el pasado 23 de diciembre releyó el libro varias veces y llegó a la conclusión de que en esas páginas había plasmado “una deformación que había omitido una serie de cambios traídos por la Segunda Guerra Mundial a California”, quizá porque la educaron “para admirar una vida que era cien por cien fruto de un aislamiento, infinitamente romántico pero sumido en una especie de vacío”.
Desde finales de los años cuarenta del siglo pasado su paraíso, en efecto, había sido sustituido por un montón de autopistas, empresas aeroespaciales y armamentísticas venidas a menos, una burbuja llamada Silicon Valley, presas irregulares, centros comerciales, inmigrantes tan explotados como discriminados, escuelas y universidades devaluadas, la vulgar frivolidad de la industria del espectáculo, una clase media artificial y, por si fuera poco, un nuevo pilar económico: las cárceles estatales. “Corría 1995 cuando por primera vez California gastó más en sus prisiones que en sus universidades”, se lamenta Didion en De donde soy (Literatura Random House), las memorias que escribió en 2003 y que acaban de ser publicadas en español.
La escritora de cuerpo frágil y diminuto creció escuchando que sus antepasados habían formado parte de la denominada ‘expedición Donner’ emprendida por un grupo de personas que, en 1846, de camino a California por una “nueva ruta” o un “camino más corto” para llegar al Oeste, se vio envuelto en una serie de contratiempos y errores que los llevaron a modificar su trayecto y a quedarse atrapados durante el crudo invierno en las montañas del estado de Nevada. Mientras esperaban a ser rescatados, más de la mitad de los 87 integrantes de la caravana fallecieron y el resto sobrevivió comiéndose a sus compañeros muertos. Los familiares de Didion se libraron de la tragedia al negarse a seguir el supuesto atajo e irse por su cuenta por la ruta prevista. Así llegaron a Sacramento y ahí, en ese poblado que más tarde se convertiría en la capital de California, se quedaron a vivir.
“Este libro representa una exploración de mis propias confusiones acerca del lugar y la forma en que crecí, unas confusiones tanto acerca de América como de California, unos malentendidos y malinterpretaciones que forman parte de quien soy en tanta medida que todavía hoy sólo les hago frente de refilón”, escribe la autora antes de contar, echando mano de libros, cartas y fotos, la historia de las distintas generaciones de su familia, llena de “mujeres pragmáticas y fríamente radicales en sus instintos más profundos, dadas a cortar por lo sano con todo el mundo y con todo lo que conocían”, que se esforzaron por empujar la frontera americana (en detrimento territorial de México) para darle sentido y hacer prosperar a California.
¿El lugar dónde uno nace determina lo que somos? Sin duda, dice Joan Didion después de trazar su mapa histórico, personal e íntimo de California. El paisaje y la cotidianidad del lugar que nos toca a cada uno se impregnan en nuestra forma de ser y de ver el mundo, aunque uno luego migre hacia otra ciudad del mismo país o se mude a otra parte del planeta. Uno carga, incluso, con sus contradicciones y confusiones identitarias (que a veces producen choques culturales) y con los misterios de nuestro origen. Pero, al final de cuentas, como afirma Didion cuando acaba su viaje reflexivo: “el lugar donde uno nace y crece sigue siendo siempre impenetrable, un enigma agotador. Para uno y también para mucha gente que es de ahí.”
AQ