José Saramago, a las puertas del centenario

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En la víspera del Año Saramago, Portugal y España iniciaron actividades para celebrar al autor de Memorial del convento.

José Saramago, 1922-2010. (Foto: Armando Franca | AP)
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

Alto, enjuto, serio y siempre calmado, José Saramago (1922-2010) parecía la mismísima encarnación de la saudade portuguesa. Albergaba en sus ojos miopes, sin embargo, una chispa de ironía. No hablaba, más bien susurraba. Quizá para sosegar a los desasosegados, que eran casi todos a su alrededor. También reía, a veces. Se daba tiempo, además, para oponerse a guerras e injusticias. Y con sus manos de obrero curtido escribía para encerrar el mundo en sus libros. Podía hacerlo en forma de utopía o de distopía o, mejor aún, completaba con ficción lo que se le escapaba a la “objetividad” de los historiadores. El mes pasado se publicó la primera novela que escribió (La viuda, aparecida en portugués en 1947 bajo el título Tierra de pecado), la cual no había sido traducida al español, y el acontecimiento se convirtió en el inicio de una serie de eventos para festejar el centenario del natalicio del autor, principalmente en Lisboa y en Lanzarote, pero que se irán extendiendo a lo largo de un año (noviembre de 2021 a noviembre de 2022) por varias ciudades del mundo.

Eran las diez de la mañana del pasado martes 16 de noviembre, día en que Saramago hubiera cumplido 99 años de edad, cuando alumnos de varias escuelas primarias de Portugal y de las Islas Canarias llevaron a cabo una lectura simultánea de “La flor más grande del mundo”, un relato infantil cargado de energía y esperanza. Ese mismo día, a las seis de la tarde, en varias bibliotecas de Portugal se leyeron fragmentos de distintos libros de Saramago, y a las ocho de la noche la Orquesta Metropolitana de Lisboa dio un concierto en el Teatro Municipal en honor al hijo de campesinos analfabetos de una aldea perdida en la punta de Europa, que en su adolescencia abandonó la escuela por falta de dinero, que pudo comprar libros hasta los 18 años (con dinero prestado) y que, a pesar de todo eso, pudo alcanzar la cima de la literatura.

“El centenario de José es una buena excusa para avanzar en el conocimiento de nosotros mismos y de las posibilidades que cada ser humano tiene y aporta. Como él decía: debemos dejar de ser datos estadísticos y ser más seres humanos, con razón, conciencia y corazón. José Saramago lo consiguió y lo demostró compartiendo su vida y sus obras con mucha gente. Y eso es lo que queremos poner de manifiesto a lo largo de todo un año lleno de varios festejos que, por cierto, acabarán en México, en la FIL de Guadalajara de 2022”, cuenta Pilar del Río, su viuda y traductora al español.

“Festejar a un escritor es promover su obra, reforzar los movimientos de recepción que enaltece, mirar y anticipar el futuro de su lectura”, agrega Carlos Reis, catedrático de literatura portuguesa contemporánea, experto en Eça de Queirós y en Saramago y comisario para el Centenario del Nobel de Literatura de 1998. “Ese futuro, perdonando la obviedad, está en los jóvenes, es decir, en los que ahora y en las próximas décadas son y serán lectores de Saramago. Por eso hemos comenzado en los colegios”.

Reis y todo el equipo de la Fundación José Saramago, encabezado por la propia Pilar del Río, han preparado un programa de actividades dividido en cuatro ejes: biografía, lectura, publicaciones y encuentros académicos. De esta manera, esperan enfatizar la trayectoria formativa y cívica del escritor, su producción literaria, la comprensión entre los añejos y nuevos lectores, así como el estudio y la discusión universitaria del legado del autor de El hombre duplicado. Para esto último, además, se creará la Cátedra Saramago en la Universidad de Tras-os-Montes y Alto Douro (UTAD), centrada en la docencia, la investigación y la acción cultural.

Pero la efeméride también envolverá otras artes: tres producciones de danza elaboradas a partir de textos de Saramago, como Ensayo sobre la ceguera y Memorial del convento, adaptadas por la Compañía de Danza Contemporánea de Évora y el grupo Danza en Diálogos, respectivamente, y un ballet inspirado en el universo literario saramaguiano a cargo del Ballet de Paulo Ribeiro. “En estos espectáculos veremos cómo los gestos y movimientos corporales, la interacción entre los bailarines y su relación con la música y con otros dispositivos escénicos son capaces de relatar los amores de Baltasar y Blimunda, y la construcción de la pasarela o el vagabundeo de los ciegos en un entorno duro y hostil. Tal vez bailar a Saramago será uno de los hechos más atrevidos, fructíferos y trascendentales del centenario”, subraya Carlos Reis. También se montarán óperas, conciertos y exposiciones, como Regreso a los pasos que se dieron, un “viaje” por los caminos recorridos por el autor, tanto en su vida como en su obra, o Escritores de la balsa de piedra, con fotos de Daniel Mordzinski. Y se plantarán 100 olivos, cada uno bautizado con el nombre de algunos de los personajes creados por Saramago.

“Se murió José, Saramago está vivo”, apostilla Pilar del Río. “Los escritores viven con nosotros, los llevamos en el corazón y en nuestra capacidad de razonar. O simplemente los ignoramos, que también puede ocurrir. Pero José Saramago no es ignorado por cantidad de lectores que tiene en todo el mundo. Incluso hay gente que, no habiendo leído un libro de los que escribió, seguía sus intervenciones públicas y se sentía representada en lo que decía”.

José Saramago fue un escritor “tardío” pero contundente. Creció en un austero hogar de campesinos de Azinhaga, una aldea a 120 kilómetros al noreste de la capital portuguesa, y comenzó a ganarse la vida desde la adolescencia. Primero como cerrajero, luego como mecánico, empleado administrativo, editor y columnista. Sus artículos en diarios y revistas, así como su militancia en el Partido Comunista, fueron objeto de censura y persecución, pero eso no impidió que la palabra escrita y hablada siguiese siendo su principal instrumento de trabajo.

“Se murió José, Saramago está vivo”, apostilla su viuda y traductora al español, Pilar del Río. (Foto: Joao Cortesao |AFP)

Después de la Revolución de los Claveles, que restauró la democracia en Portugal, volvió a dedicarse a la literatura y no tardó en encontrar una voz propia que comenzó a atraer lectores. Su estilo literario se basó en la eliminación de algunos signos de puntuación, la separación de frases por la forma en que son dichas o escuchadas (“para que sea el propio lector quien diga en su mente lo que ve al leer”) y en la integración plena de los diálogos en el flujo de la narración. Así, decía, “el autor no guía al lector. Lo deja en libertad para construir con los elementos proporcionados por él su propia novela o, dicho de otra manera, el autor obliga al lector a volverse activo e, incluso, a ser creador mediante la lectura”.

En los próximos meses, como parte del Año Saramago, Alfaguara reeditará una veintena de sus libros, con nuevo diseño (“portadas con puertas y ventanas que ayuden a entrar a cada obra”), y publicará una edición especial de Viaje a Portugal, con fotografías inéditas tomadas por el escritor y encontradas recientemente por Pilar del Río en una maleta. El periodista y escritor Juan Cruz fue quien “fichó” a Saramago cuando ocupó la dirección de esa editorial en la década de 1990. “No fue a base de cheques con muchos ceros. Simplemente, Saramago sentía que su ciclo en Seix Barral se había terminado. En Alfaguara lo acercamos mucho a Latinoamérica y quizá eso fue lo que más le gustó. A partir de 1993 me encargué de recuperar sus libros y de editar todos los nuevos. Lo recuerdo en Frankfurt, cuando le dieron el Nobel. Estaba a punto de subir al avión de vuelta a España y de pronto una azafata le dice: ‘señor Saramago, lo están buscando porque le han dado el Nobel y quieren que vuelva a la feria del libro’. Bueno, pues no se subió al avión y, al regresar a la feria, aquello era un hervidero de gente. Todo mundo excitado con la noticia y Saramago, en cambio, tenía una serenidad absoluta”, cuenta con media sonrisa Juan Cruz.

Esa serenidad es lo que más recuerda este exeditor de su amigo. “Saramago presidió manifestaciones, cartas de apoyo solidario, fue el adalid contra muchas penas que aún hoy laceran, como la situación palestina o lo que sucede en el Sahara, al que no pueden volver sus legítimos habitantes, y todo lo hizo con un sosiego que desarmaba a sus adversarios, a aquellos que entendieron sus posiciones y las respetaron y a los que, como el Vaticano, no le dieron tregua ni en el instante mismo de la muerte”, explica el también autor de libros como Vale la pena seguir en este oficio.

“Ahora que ya no está, se queda en mi memoria, entre tantas metáforas de su lucha por poner esa palabra en lo alto de la vida”, continúa Juan Cruz, “aquel día de 1993 cuando acababa de irse a Lanzarote, rabioso con el gobierno de su país, que le impidió presentarse a un premio europeo porque en El evangelio según Jesucristo podía ofender al Vaticano, que no a Dios. Me dijo: ‘Me podrán quitar todo, pero no me quitarán el aire’ ”.

Mientras José Saramago apoyaba varios movimientos sociales en el mundo (como el EZLN chiapaneco o la oposición a la intervención militar en Irak), y tras la publicación de El evangelio según Jesucristo, su prestigio como escritor se volvió internacional. En 1998, la Academia sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura por “volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”, siendo el primer autor en lengua portuguesa en recibirlo (y el único hasta ahora). “De hoy en adelante habrá un mito Saramago, como existe en torno a Fernando Pessoa, que, como todos los mitos, no tiene tanto que ver con el valor de las respectivas obras como con el vacío que llenan en nuestro imaginario nacional, en busca del reconocimiento universal”, escribió entonces el filósofo portugués Eduardo Lourenço.

La mañana del 18 de junio de 2010, José Saramago desayunó con tranquilidad en su casa de Lanzarote (Islas Canarias). Al terminar, conversó unos minutos con su mujer, pero luego dijo sentirse un poco débil y volvió a la cama. El escritor padecía leucemia y para entonces llevaba casi tres años luchando contra ella. Pasó los últimos días de 2007 y los primeros de 2008 internado en el hospital, temiendo lo peor, pero salió y sacó fuerzas para volver a escribir. Publicó (y presentó y promocionó) Caín en 2009 y enseguida comenzó Alabardas, una novela sobre los entresijos humanos y morales de la industria armamentística. Llevaba tres capítulos escritos pero, a eso de la una de la tarde de aquel día, alcanzó a despedirse de los seres queridos que tenía alrededor y se murió. Tenía 87 años.

Antes de ser trasladado a Portugal para su funeral e incineración, el cuerpo sin vida de José Saramago fue velado en la biblioteca de su casa de Lanzarote. Sus cenizas fueron depositadas al pie de un olivo frente a la sede de la Fundación José Saramago en Lisboa. “Y ahí”, cuenta su compañera, Pilar del Río, “pusimos el epitafio que eligió él mismo: ‘No subió a las estrellas porque pertenecía a la Tierra’, una frase de su novela Memorial del convento”.

AQ

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