Juana Ginzo, la voz más guapa de la radio

Café Madrid

La recién fallecida actriz cautivó durante décadas al público español, pero las historias cursis y machistas que protagonizaba no eran de su agrado.

Juana Ginzo, actriz radiofónica de gran popularidad en España durante los años 50 y 60. (RTVE)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

En casa de Juana Ginzo el teléfono sonaba y sonaba, pero ella no contestaba. Todas las mañanas, durante dos semanas, yo marcaba su número a media mañana con el firme propósito de convencerla de que me diera una entrevista. Sabía de su renuencia a hablar con periodistas, así que pensé soltarle a bocajarro el que para mí era un argumento irrefutable: “usted tiene que hablar conmigo, señora. Si no lo hace por gusto, hágalo por conciencia profesional.” Durante más de tres décadas, ella había sido la protagonista de las radionovelas que capturaban la atención diaria de los españoles y, en este país, era imposible contar la historia del entretenimiento sin tener su testimonio.

Pero Juana Ginzo era sorda y por eso no atendía el teléfono. Me lo contó su marido el día que, por fin y gracias a él, la actriz nonagenaria dijo que aceptaría recibirme. Luis Rodríguez Olivares, un veterano periodista de Radio Nacional de España, donde yo aprendí los secretos de las ondas y descubrí la voz de su esposa, era 22 años más joven que ella. “¡Uy, como si una no pudiera tener una pareja más joven!”, me diría después Juana Ginzo, en la sala de su casa, donde tenía arrinconados, en el suelo y con una leve capa de polvo, los dos Premios Ondas (los más importantes del sector audiovisual local) que recibió a lo largo de su carrera.

La mujer enjuta que no me escuchaba, pero sabía leer a la perfección mis labios, tenía 23 años cuando, un día de 1946, se presentó a las audiciones de Tu carrera es la radio, un programa que buscaba nuevos talentos para consolidar la industria radiofónica española. Hasta ese momento se ganaba la vida como sirvienta. Era una muchacha alta y muy delgada, de boca grande y brazos largos, que se consideraba a sí misma “fea”. Su voz, en cambio, era perfecta para encarnar papeles de guapa en las radionovelas que, en los duros años de la posguerra, servían de válvula de escape para la mayoría de sus compatriotas. Así que aquella vez, tras superar la prueba, decidió dejar de limpiar casas para dedicarse a la radio.

Ante los micrófonos, improvisaba con destreza las interpretaciones y aprendía de sus compañeros actores de Radio Madrid. La fama le llegó al protagonizar los seriales de Guillermo Sautier Casaseca, “el rey de la lágrima”, un prolífico escritor y guionista al estilo de lo que más tarde haría Corín Tellado: historias rosas, machistas y cursis, con gran éxito entre el público hispano.

La década de los años 50 estaba a punto de concluir cuando Juana Ginzo dio vida a Ama Rosa, una mujer pobre, sufrida y cristiana que decide entregar a su hijo recién nacido a un matrimonio adinerado que acaba de perder al suyo. Con el paso de los años, Rosa se convierte en la sirvienta de su propio hijo, un joven malvado que no duda en hacerle la vida imposible, mientras ella soporta todo con resignación. Al final, sin embargo, se conoce la verdad (“yo soy tu madre”), el amor triunfa, los malos se convierten en buenos y los que se niegan a redimirse son castigados.

España entera se paralizaba al emitirse cada capítulo de la historia y Juan Ginzo se volvió sinónimo de audiencia disparatada. “La verdad es que odiaba hacer los seriales. ¡Me avergonzaba! Pero no podía dejarlos. Porque tenía que comer. Yo siempre he sido una roja-feminista que detestaba esas mierdas, pero… en este país no había opciones”, me dijo en un arranque de sinceridad. Tenía 92 años, una artrosis insolente y un montón de recuerdos arrinconados. “La vejez se lleva mal”, apostilló con cierta melancolía, pero sin perder la sonrisa mientras conversaba conmigo.

Juana Ginzo murió el pasado 26 de agosto, casi un mes después de cumplir 99 años. Pensé que llegaríamos a festejar su centenario con ella presidiendo un gran banquete, pero el destino se le atravesó. Aquella vez en su casa, mientras la tarde se apagaba, le pregunté que cómo eran sus “días de vieja”, como ella misma se refería a su cotidianidad. “Son bonitos. Camino muy mal, por la artrosis, pero yo pienso que siempre se puede estar peor y no que siempre se puede estar mejor. Hago muchos crucigramas y veo muchas películas. Pero no puedo escuchar la radio.” Seguramente notó una mueca de tristeza en mi rostro y me pidió que apagara la grabadora para hablar de “otras cosas.” Entonces empezó a modular o a impostar la voz, según la anécdota en cuestión, como cuando estaba en la cresta de las ondas y era la voz más guapa de la radio.

AQ

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