La tentación del fracaso

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Pocos como el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro abordan de manera explícita la tribulación vital, ética y estética en torno a la permanencia.

Julio Ramón Ribeyro, escritor peruano. (Archivo)
Armando González Torres
Ciudad de México /

El fracaso y el éxito, la proyección mundana y la permanencia póstuma son temas que, más allá de las falsas modestias, desvelan a muchos escritores. Estas inquietudes se vuelven perentorias después de cierta edad, cuando el escritor, ya consciente del alcance de sus energías y de su inminente finitud, suele hacer sus balances. Hay quienes, seguros de su trascendencia, preparan su posteridad mediante diversas operaciones literarias y extraliterarias que van desde el pulimiento exhaustivo de su obra e imagen hasta la formación de grupos de exégetas y fieles. Sin embargo, la mayoría de los escritores ni siquiera pueden tener certeza de su proyección mundana y no es extraño que una vida consagrada a la literatura acabe en el anonimato y que una o varias decenas de libros queden apenas consignados en una breve nota en los diccionarios especializados. 

Pocos como el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) en sus diarios La tentación del fracaso abordan de manera explícita esta tribulación vital, ética y estética en torno a la permanencia. Si Ribeyro es uno de los narradores hispanoamericanos más finos y divertidos del siglo pasado (condenado a la media luz porque eludió los géneros y tópicos consagratorios de su época) con este libro también se añade a los más sutiles exploradores modernos (muy emparentado con Jules Renard y Cyril Connolly) de los sinsabores y misterios de la creación.

Los diarios de Ribeyro, que en la mejor tradición del moralismo francés mezclan la anécdota con la crítica social y la belleza de estilo, muestran su pasión por la escritura, pero también su angustia, desazón e incertidumbre en torno a su destino literario. Los momentos en que ambiciona una obra perfecta se alternan con el frecuente desánimo y parálisis que lo enmudecen. Con mansa perplejidad, Ribeyro observa la consagración de sus contemporáneos, la emergencia de nuevas generaciones cada vez más pragmáticas, ambiciosas y ávidas de reflectores y su propio y difícil acomodo en el canon. Los diarios mezclan la queja en torno a la superficialidad e impostura de la era con el auto-reproche por la falta de disciplina, la pereza y el pobre sentido de las relaciones públicas. Cierto, el huraño, contenido y exigente Ribeyro es el antípoda del escritor seguro de sí mismo, práctico, metódico y elocuente que priva en las modernas pasarelas literarias y en sus diarios analiza o, mejor dicho, escenifica las tensiones entre el goce íntimo de la escritura y el imperativo del éxito, entre el cultivo de lo inacabado y la confección de obras redondas, entre la afición por lo raro y lo anacrónico y la habilidad para usufructuar la actualidad y descifrar los intereses del gran público. Por eso, más allá de su fuelle narrativo y su humor La tentación del fracaso entraña una moral literaria y hace constatar que el desasosiego y la duda de un autor ante su escritura no son defectos de un carácter débil, sino rasgos inherentes a la auténtica creación.

AQ​

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