La balada del cuerpo

Husos y costumbres

En la historia ha habido muchos casos de desnudos en protesta.

Ilustración del acto de protesta de Ahoo Daryaei, quien tras ser obligada a portar el hijab se quitó toda la ropa. (Instagram: @zard_drawing)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

De La balada del café triste, la extraordinaria novela que Carlson MacCullers escribió en 1941, siempre me ha obsesionado la deformidad de sus personajes principales: una mujer gigante y un enano jorobado. Ambos, a pesar de estas características que los deberían alienar, son poderosos, deseantes y deseados, además. Miss Amelia, la giganta, desea al enano; este, Lymon, admirará al ese sí guapo exmarido de Miss Amelia, quien a su vez la deseó cuando se casó con ella al punto de dejar la vida criminal, pero ella lo rechazó. Los tres siguen las leyes de la relación entre el amante y el amado cuya teoría expuso McCullers en un célebre fragmento de la novela, en la que al final gana el amante, no el amado, pues es el amante el que al proyectar sus fantasías sobre el amado lo posee más allá de sí mismo. La potencia de los cuerpos en esa novela pasa a otro plano: no es que no importen, por el contrario; los cuerpos, más allá de su forma exageradamente grande o pequeña, reflejan siempre la complejidad de las pasiones humanas y sus relaciones de poder, como decía Foucault.

Pienso en esto porque me ha dejado impresionada el gesto de la estudiante iraní Ahoo Daryaei este 2 de noviembre. Al ser violentada por la policía que en aquel país impone a las mujeres usar la hijab porque no la tenía bien puesta, ella reaccionó despojándose de toda la ropa y quedando en calzón y brasier. Muchas mujeres en Irán se quitan el velo como protesta, pero digamos que esto no fue una protesta organizada, sino un gesto de hartazgo y valentía individual, que al liberar el cuerpo de Ahoo Daryaei lo convirtió en una potente arma, pues la escena se ha replicado en las redes y el mundo tiene los ojos puestos en la suerte de esta chica, que como sería de esperarse del régimen de los ayatolas ha sido declarada loca, encarcelada y ahora que escribo esta columna no sé qué le puede haber pasado.

En la historia ha habido muchos casos de desnudos en protesta, desde los famosos streakers que pasan corriendo encuerados en los partidos y los actos públicos hasta los mineros de Real del Monte que en 1985 se desnudaron en protesta, sin portar nada más que sus cascos y su cinturón con la herramienta de trabajo. La novela de McCullers, cuyos personajes respondían a cierta manera de sentirse de la escritora, frágil en sus enfermedades y su orientación sexual, habla de esta potencia de los cuerpos y su suerte muchas veces trágica. El cuerpo, que en su fragilidad expuesta guarda el secreto de su fuerza, el cuerpo que en su misterio no deja de desatar pasiones, esas a las que tanto les temen las religiones; el cuerpo desnudo que puede desnudar a las sociedades.

AQ

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