La cultura de la conversación

Escolios | Nuestros columnistas

En los siglos XVII y XVIII, conversar sobre ciencias y artes fue una actividad popular entre quienes querían refugiarse de la turbulencia política de Europa, aunque no pudieran refugiarse por siempre.

Detalle de portada de 'La cultura de la conversación', de Benedetta Craveri. (Siruela)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Madame de Rambouillet era una dama de alta alcurnia, disgustada con las formas tan frívolas como brutales de la Corte del rey de Francia, que decidió convocar a algunas amigas y a un conjunto de ingenios descollantes a realizar una tertulia para conversar de letras, artes y vida cotidiana, excluyendo la política. Esta tertulia inauguraría una forma de sociabilidad que orientó dos siglos de conversación y escritura.

Después de la “estancia azul” de Madame de Rambouillet numerosas mujeres, la mayoría aristócratas, abrirían sus salones para recibir, un día fijo a la semana, a un conjunto variopinto de invitados que iban desde miembros de la más rancia nobleza hasta escritores y filósofos pobres o divertidos advenedizos. Estos salones fueron un refugio en la incesante tormenta de conflictos políticos y religiosos que azotó los siglos XVII y XVIII en Francia y, sobre todo, un espacio de mezcla social donde se modeló el tono mundano y el gusto literario. En estos salones participaron casi todas las personas de talento de la época, independientemente de su cuna o fortuna, y era tal la jovialidad, cortesía e inteligencia que irradiaban, que constituían motivo de asombro y envidia para el resto de Europa.

En su célebre y monumental libro, La cultura de la conversación, Benedetta Craveri hace un recuento histórico y, sobre todo, una magistral reconstrucción narrativa de estas anfitrionas, los rasgos peculiares de cada tertulia y su elenco de protagonistas. Más allá de las personalidades de las distintas anfitrionas (desde refugiadas en conventos hasta antiguas cortesanas) y de la variedad de charla que se estimulaba en cada salón (desde los concursos de agudeza hasta los debates científicos que prefiguraban la Ilustración), los denominadores comunes de esta cultura de la conversación eran la urbanidad, la curiosidad intelectual, la gracia y la galantería, rasgos que buscaban hacer de las relaciones sociales un arte.

Los modales impulsados (ánimo de escucha, fineza, prudencia, desinterés) en estos salones gobernados por damas atemperaban la belicosidad e impulsividad viril y generaban una atmósfera idónea para el intercambio intelectual o la mera recreación ilustrada. Esta forma de conversar también incitó la creación de géneros privativos de los salones, como las epístolas, los retratos literarios, los relatos pastorales o los aforismos (por ejemplo, las máximas de la François de La Rochefoucauld se escribieron gracias a un juego convocado por Madame de Sablé).

Los salones no sólo marcaban una edad de oro de la conversación sino el hecho de que por primera vez las mujeres encabezaban el intercambio intelectual (lo que generó numerosas réplicas misóginas y caricaturas, como las de Molière). La época (y la épica) de los salones desapareció después de 1789, cuando la elocuencia se utilizó para denunciar enemigos y para adoctrinar prosélitos y la conversación bien temperada que impulsaban las mujeres quedó como el remoto murmullo de una utopía.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.