El final de Fiesta está a punto de ocurrir cuando Jake Barnes y Brett Ashley llegan al comedor del segundo piso de la madrileña Casa Botín. Es un día soleado (“en Madrid siempre hace mucho calor en verano”) y quienes fueron pareja durante la Primera Guerra Mundial disfrutan de un cochinillo asado y unas botellas de vino de La Rioja. Al terminar, salen a la calle y se suben a un taxi con rumbo a la Gran Vía. Un policía a caballo, con uniforme color caqui, dirige el tráfico mientras ellos, abrazados y con el chofer como testigo, se imaginan que de no haber cortado su relación podrían habérsela pasado muy bien juntos. La novela se publicó hace más de 90 años, fue la que le dio notoriedad literaria a Ernest Hemingway y, bien miradas, sus páginas constituyen un viaje paisajístico y glotón por buena parte de España y un trozo de Francia.
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“Hemingway descubrió la fiesta cuando vino por primera vez a España en 1923. Y con ella varias ciudades españolas. Aquí disfrutó de la pesca, del mar, de las montañas, del vino, de la pelota, de los toros y, por supuesto, de la gastronomía”, me contó la otra tarde el periodista navarro Javier Muñoz, autor de Comer con Hemingway, un libro-guía-recetario que invita a recorrer cinco territorios y dos ciudades tras las huellas del Premio Nobel de Literatura 1954, así como a preparar en casa sus platillos preferidos, gracias a las recetas proporcionadas por 52 cocineros de la región. Hacer esa ruta no está al alcance del presupuesto de cualquiera (todo hay que decirlo), pero repasarla nos revela una peculiar faceta del escritor al que Gabriel García Márquez llamaba “maestro”.
Hemingway era un viajero que, a bordo de un coche alquilado, con sus esposas o con sus amigos, se deleitó en varias ocasiones con los rincones, la cultura y las tradiciones de un país golpeado por la Guerra Civil (de la que él mismo dio cuenta en periódicos estadunidenses). Al menos en nueve ocasiones estuvo en Pamplona, sobre todo para presenciar los Sanfermines. Ahí, en pleno centro de la ciudad, se encuentran el centenario hotel La Perla y el Café Iruña, desde donde Hemingway observó sus primeros encierros toreros, así como el Hotel Burguete, que se convirtió en su campamento base en Navarra para practicar su gran afición: la pesca. En Fiesta, los protagonistas se hospedan ahí antes de los Sanfermines y les dan de comer sopa de verduras, trucha frita y fresas silvestres. Hoy, este hotel ofrece esos platillos a sus visitantes bajo el nombre de “Menú Hemingway”.
San Sebastián es el lugar elegido por los protagonistas de Fiesta para descansar. Jake Barnes, el personaje principal, dice que incluso en el día más caluroso la capital del País Vasco tiene algo peculiar, pues parece que siempre acaba de amanecer. Jake pasa las tardes en el Café de la Marina tomando agua de limón y whisky doble con soda. Además, disfruta en la playa de La Concha de uno de los deportes favoritos de Hemingway: la natación. Tras adentrarse en las aguas de la bahía, Jake da un paseo por la ciudad, que le lleva al puerto y al viejo casino, después de degustar los famosos pintxos donostiarras.
El 5 de julio de 1959, Ernest Hemingway y la cuadrilla de amigos que viajaba con él pasaron la noche en Vitoria-Gasteiz. Viajaban de Burgos a Pamplona y cenaron en el restaurante Garmendia que, hasta su cierre, fue muy visitado por artistas, deportistas y toreros, cuyos platillos estrella eran la perdiz en salami, la codorniz a la vitoriana y la merluza a la romana. Antes, en 1956, Hemingway disfrutó en La Rioja de una de sus grandes pasiones: el vino. Junto al torero Antonio Ordóñez visitó Bodegas Paternina en Haro y bebieron vinos envejecidos en calados del siglo XVI. “El vino es una de las cosas más civilizadas del mundo y uno de los productos de la naturaleza que ha sido elevados a un nivel mayor de perfección”, escribió en Muerte en la tarde.
El célebre escritor puso el punto final a Fiesta en Hendaia, en la frontera francesa, donde pasaba largas temporadas descansando y escribiendo. Pero, ya se sabe, la trama de la novela empieza en París, la ciudad que para Hemingway siempre fue el lugar donde aprendió a ser él mismo, y termina en Madrid, en Casa Botín, “el restaurante más antiguo del mundo”, donde cuentan que un día él mismo, ya con la barba blanca, se aventuró a preparar una paella.
ÁSS