A mí me hubiera encantado ir al funeral de Carmen Sevilla. Para este folclórico reportero que les escribe, devoto apasionado de la España Cañí, habría sido muy importante. Su hijo, sin embargo, prefirió monopolizar la pérdida en soledad y casi a escondidas (allá él y su conciencia). Así que tuve que cambiar de plan y me fui a la nueva y flamante Galería de las Colecciones Reales. Hacía mucho calor (aquí la furia solar es cada vez más fuerte y prolongada, al punto de que en ciudades como Málaga y Barcelona han empezado a cortar el agua algunas horas al día y se teme que la medida se extienda a toda la península ibérica) y en el edificio construido detrás de la Catedral de la Almudena y del Palacio Real, la cola era obscena. Pero la entrada era gratis y la larga espera tenía toda la pinta de valer la pena.
- Te recomendamos Adolfo Gilly, la revolución siempre posible Laberinto
El nuevo recinto no es un museo. Es un escaparate (una galería, como bien la han definido) para un patrimonio artístico que a lo largo de los siglos han ido atesorando las monarquías que han definido el devenir de España (de los Austrias a los Borbones) y que, desde la época de la República encabezada por Manuel Azaña, es decir, desde antes de la Guerra Civil, se considera un conjunto de bienes que pertenecen a todos los ciudadanos de este país. Proyectado en 2002, la conclusión del edificio se efectuó hasta 2015, pero al haber encontrado en el lugar parte de la Muralla Árabe de Madrid, y debido a varios problemas político-burocráticos, su apertura al público se fue retrasando y se inauguró apenas hace una semana.
Se trata de un espacio de 40 mil metros cuadrados, repartidos en siete niveles, tres de ellos destinados a exposiciones y el resto a talleres de restauración, oficinas y almacenes, pues el acervo real está compuesto por un total de 170 mil piezas y sólo pueden exhibirse unas 650, así que habrá una rotación constante de cuadros, esculturas y otros objetos. No puede competir con una pinacoteca como el Museo del Prado, pues ahí se encuentra lo mejor del patrimonio artístico nacional, más bien es un sitio adecuado para comprender la sucesión de reinados y el gusto de cada dinastía que ha ostentado la corona. También hay que decir que es un edificio más funcional que hermoso, quizá a propósito (para no competir con sus vecinos, el Palacio Real y la Catedral), pero quizá costará un poco acostumbrarse a ver cómo rompe el paisaje tradicional que llevábamos viendo durante muchos años.
Además de su belleza y valor artístico, lo más destacable del fondo expuesto es la variedad de disciplinas mostradas: esculturas, armaduras, joyas, arte decorativo, mobiliario, tapices o pinturas, firmadas por maestros como Velázquez, Goya, Tiziano, El Greco, Ribera o Caravaggio. A ello se suma el fondo de la Real Armería, del Archivo General del Palacio y de las Reales Bibliotecas de El Escorial y Madrid.
Entre los tesoros más valiosos exhibidos en esta Galería Real se halla el retrato de Isabel de Farnesio, realizado en 1737 por Louis Michel van Loo (luego uno tiene que ponerse a buscar quiénes han sido todos estos, eh, porque aquí la museografía es parca en explicaciones). También sobresale El árcangel San Miguel venciendo al demonio (1692), una talla con policromía de Luisa Roldán, apodada La Roldada y considerada la primera escultora de la corte española. Entre las piezas más singulares se encuentra el retrato de Carlos IV de espaldas, realizado por el pintor Jean-Jacques Bauzil, la siniestra Carroza Negra de Mariana de Austria, la primera edición de El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha (1605), una armadura y celada de Mühlberg destinada a Carlos V, realizada en acero, oro y con repujados, una obra de 1544 de Desiderius Helmschmid, o un biombo chino del siglo XVIII, un reloj de sobremesa (1757) de John Ellicott y el tapiz El Columpio (1779-1801), con dibujos de Goya.
El final del recorrido (que hay que hacer, por cierto, de manera descendente) contrasta con todo lo visto, pues son las ruinas de la Muralla Árabe de Madrid, que incluye la única puerta fundacional conservada que miraba al río Manzanares. Los vestigios se han incorporado al edificio, dando la oportunidad de realizar un viaje a los orígenes de la ciudad. La muralla, que estuvo en uso al menos hasta el siglo XIII, por cierto, aparece documentada en dibujos del XVI. En fin, que antes de achichárrame quería decirles que ya tienen un motivo artístico más para venir a Madrid.
AQ