La inteligencia de las flores

Escolios

En sus libros sobre insectos y flores, Maurice Maeterlinck observa en lo diminuto y transitorio el rastro de una inteligencia universal.

Maeterlinck apunta que la supervivencia de los organismos atados al suelo es mucho más compleja que la de los animales. (Especial)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Mientras la obra literaria, inmensamente célebre en su tiempo, del poeta, dramaturgo y ensayista belga Maurice Maeterlinck (1862-1949) tiende a desvanecerse de la voluble memoria contemporánea, sus trabajos de entomólogo y botánico aficionado parecen correr mejor suerte.

En efecto, a diferencia del polvo que cubre sus obras, aun las más audaces e influyentes, sus libros sobre las abejas, hormigas y termes, así como su hermoso La inteligencia de las flores (Zopilote Rey, México, 2019), siguen publicándose. Sin embargo, no hay una división tajante entre su creación literaria y su labor de naturalista aficionado: en ambas, Maeterlinck busca superar el realismo, indagar en las profundas analogías entre la materia y el espíritu y ahondar misterios. En sus libros sobre insectos y flores, Maeterlinck observa en lo diminuto y transitorio la voluntad más genuina e ingeniosa de vivir y el rastro de una inteligencia universal.

Maeterlinck apunta que la supervivencia de los organismos atados al suelo, como los vegetales, es mucho más compleja que la de los animales y da cuenta de las estrategias de adaptación de estos organismos. Los vegetales, desde las plantas que anidan en las rocas, los árboles llenos de años, los yerbajos que crecen en los muladares, las plantas acuáticas, las floraciones parásitas o las consentidas flores de jardín, reflejan innumerables mutaciones e interacciones y, a través de sus formas, gráciles, extravagantes o atormentadas, reflejan una prodigiosa casuística de la supervivencia. En particular, la flor, con sorprendentes inventos e improvisaciones, involucra al ecosistema circundante en sus romances, fecundaciones y reproducciones.

Las invenciones y soluciones de las flores son una lección de astucia y emprendimiento y se diría que preceden, por siglos, muchos de los más reputados inventos de la mecánica y la ingeniería humana. Más allá de sus sofisticados diseños milenarios, Maeterlinck encuentra una suerte de coqueta malicia de las flores para, mediante las más sutiles seducciones e incitaciones, lograr que otros organismos, como los insectos, obedezcan los extravagantes caprichos que requiere su replicación. Así, la inteligencia de la flor y la esperanza de vida se ligan de maneras siempre inesperadas: la orquídea, especialmente, llama la atención del autor por la complejidad de sus procesos de fecundación y por la variada belleza de sus formas.

Con estos libros, publicados en una época que ya atestigua el gigantismo del “yo”, Maeterlinck sugiere que el hombre no es la cima de la inteligencia, sino un modesto participante de una inteligencia esparcida por la naturaleza, y de la cual, por miopía, ignora muchos de sus secretos y encarnaciones. Por eso, mediante la descripción científica (naturalmente rebasada) y la epifanía literaria, Maeterlinck invita al afinamiento de los sentidos, al baño de humildad que implica concentrase en el mundo de lo pequeño y lo fugitivo.

ÁSS

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