El tren que se sigue

Husos y costumbres

"Quería escribir una historia en particular, pero la marcha feminista, el día sin mujeres y la crisis de salud son temas para abordar de manera urgente".

La lectora se concentra tanto en el libro que se distrae del exterior. (Ilustración: @pikisuperstar)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Tenía yo la idea de escribir sobre la lectora que nunca llega a su destino por estar leyendo en el metro o el camión: se concentra tanto en el libro que se distrae del exterior, y entonces siempre se pasa de la calle donde tenía que bajar. Cuando se da cuenta de que está muy lejos, desciende del transporte y toma otro en sentido opuesto, con el afán de concentrarse en las calles y no volverse a pasar, pero no puede abandonar el libro: la calle sin color, envuelta en humo gris, la gente con rostro de fastidio, todo rechaza su mirada ávida de objetos, diálogos e ideas interesantes; retorna así a la página, mucho más vibrante que aquella realidad plana, tanto que de nuevo se distrae del camino y cuando se da cuenta está más lejos aún, mucho más allá del punto de partida.

Si se descuida, se le habrá hecho muy tarde para llegar a ese consultorio o esa oficina a la hora en que se le había citado. Si no se trataba de una cita importante —quizá, en todo caso ir a ver a alguna persona que no le despertaba grandes expectativas, puesto que se había distraído leyendo—, habrá perdido el deseo de emprender el camino una vez más, pero no de leer el resto del libro. Entonces decidirá no bajarse del autobús o el tren hasta agotar sus páginas, independientemente del lugar al que llegue con esta sola actividad.

El recorrido de los ojos por tantas palabras vivas, enigmáticas, de una belleza profunda y deslumbrante, será para ella un viaje que espera no acabe nunca. Quizá cuando el vehículo llegue a la terminal y todos los pasajeros hayan descendido, el chofer le pedirá que lo haga también y ella le pedirá permiso de permanecer ahí, leyendo en la penumbra (ayudada tal vez por la lámpara de su celular), hasta que el transporte arranque de nuevo en sentido opuesto a aquel en que arribó.

El chofer, que tiene muchas ganas de pasar al baño y fumarse un cigarrillo, le dirá que no se puede y bajará corriendo, alejándose por unos minutos de la unidad; ella aprovechará para seguir leyendo un trozo más, hasta que suba un revisor que le pregunte qué hace ahí: le dirá que el chofer la dejó quedarse antes de salir, mentira que le valdrá a él una reprimenda que tomará más tiempo de lectura. El chofer le insistirá en que se baje, pero el jefe de la estación lo apremiará para que arranque de nuevo, por lo que se conformarán con que ella pague otra vez de nuevo su pasaje. Y en el otro extremo de la ruta, puede que ocurra lo mismo, a menos que ella decida tomar otro autobús u otro tren, uno que llegue más lejos, según el número de páginas del libro, un libro muy largo, quizás interminable, del que ella no quiere salir ni descender jamás.

Leyendo llegué a Tapachula sin darme cuenta, les contará a sus nietos, setenta y cuatro años después.

Quería escribir esta historia pero la marcha feminista, el día sin mujeres y la crisis de salud son temas para abordar de manera urgente. Varias veces he estado a punto de hacerlo, pero los dedos se siguen de largo en la explicación, una disculpa. En todo caso, tomemos mucha agua.

SVS​| ÁSS

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