La leyenda de 'El Nene'

Crónica

Durante años, el capo ceutí controló con mano firme el paso de la droga entre Marruecos y las costas de Andalucía. Un día, sin embargo, el mar se lo tragó.

'El Nene' y su gente llegaban a mover 50 mil kilos de hachís al año. (Especial)
Víctor Núñez Jaime
Ceuta, España /

A las siete de la mañana del lunes 4 de agosto de 2014, una mujer disgustada entró en la Comandancia de la Guardia Civil de Ceuta para denunciar la desaparición de su marido. Estaba acompañada por su cuñado y un amigo. Mientras hablaba, su rostro compungido contrastaba con la seguridad y la entereza de sus palabras. Dijo que el día anterior, a eso de las cinco y media de la tarde, su esposo salió con tres amigos a navegar en la lancha que tenía atracada en el puerto deportivo de la ciudad. Aclaró que se trataba, simplemente, de un viaje recreativo para pasar lo que quedaba del domingo en el mar. Cuando a la embarcación le faltaba poco para llegar a la costa marroquí, una moto acuática negra se le acercó a toda velocidad y, sin previo aviso, uno de sus tripulantes sacó una pistola y comenzó a disparar. Su marido cayó al agua, quizá abatido por un balazo o tal vez en un intento desesperado por salvar su vida, según le había dicho uno de los que presenciaron la reyerta. En cualquier caso, concluyó, a partir de ese momento no volvió a saberse algo del padre de la hija que ella había dado a luz hacía 40 días.

Lo primero que sospecharon los agentes de la Guardia Civil fue que se trataba de un ajuste de cuentas entre bandas rivales del narcotráfico. “Yo creo”, se aventuró a decir la mujer, “que esto ha sido una venganza personal.” Y, sin rodeos, señaló al culpable: Sofian Ahmed Barrak, un joven narco ceutí. “Le dicen ‘Zocato’, trabaja con mi marido desde hace un tiempo y le tenía manía por no darle un ascenso”, agregó sin dar mayores detalles. La investigación de lo ocurrido comenzó mientras en toda la ciudad se escuchaba una y otra vez la misma pregunta: ¿Dónde está El Nene?

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Ceuta es uno de los dos enclaves marítimos de España en el norte de África. Tiene una superficie de 19 kilómetros cuadrados y el índice de desempleo de sus 85 mil habitantes ronda el 23 por ciento. Para compensar circunstancias adversas de este tipo, la ciudad autónoma posee el estatus de puerto franco. Es decir: tiene algunas ventajas fiscales, como la excepción del IVA en sus exportaciones y la devolución de la mitad de lo recaudado en impuestos directos. La medida, sin embargo, parece ser insuficiente pues son pocos los empresarios o particulares ceutíes que venden productos al resto de la península. El contrabando de mercancías (ropa o tabaco, por ejemplo) y, sobre todo, el narcotráfico son las actividades que sostienen a buena parte de las familias de este lugar, uno de los puntos clave en la ruta del hachís hacia Europa porque colinda con Marruecos, el país que, de acuerdo con los datos de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, es el principal productor de esa droga en el mundo. De acuerdo con el Ministerio del Interior, España incauta el 75 por ciento del hachís que se intenta distribuir en toda la Unión Europea.

En este territorio suelto conviven cristianos y musulmanes con las minorías judía e hindú. La mayoría de cristianos son hispanos europeos con un nivel adquisitivo estándar y casi todos los musulmanes son magrebíes y de escasos recursos económicos. De entre estos últimos, son más numerosos los ceutíes (es decir, españoles) y otros tantos son marroquíes con permisos temporales (o irregulares) para residir aquí. El idioma oficial es, desde luego, el español. Pero es común escuchar el dariya, una variante magrebí del árabe salpicada de palabras y expresiones españolas.

En las calles de esta ciudad no es raro ver a varios traficantes paseando su éxito. Motos y coches de lujo con música a todo volumen circulan por el centro y una flota de lanchas rápidas y despampanantes adorna sus costas. Los narcos consideran a Ceuta su territorio y por ello suelen blanquear aquí mismo sus ganancias. De hecho, antes de la implementación del euro, en los bancos y casa de cambio de este territorio se registraba con frecuencia el cambio de grandes cantidades de florines holandeses, marcos alemanes, liras italianas y libras británicas. Así fue como se identificó la procedencia de los clientes del crimen organizado local y quedó claro que, en una zona tan pequeña, con una población de escasa actividad comercial o desempleada y sin una industria turística boyante, los canjes monetarios eran sospechosamente desorbitados. Desde hace varios años, también empezó a asombrar cómo varios ceutíes invertían cada vez más en la construcción y en la hostelería de la Costa del Sol o incluso abrían varias cuentas bancarias en Suiza.

En Ceuta la atracción económica que representa el hachís es tal que se han acostumbrado a disputársela a tiros. En el último lustro del siglo XX se produjeron aquí unos 40 enfrentamientos con armas de fuego, los cuales dejaron como saldo una decena muertos y más de 30 heridos. Luego, durante casi una década, todo pareció marchar con calma. Pero a partir de 2009 las balaceras comenzaron a intensificarse de nuevo.

Un sector de la ciudad ha sido, y es, el “campo de batalla” habitual. Se llama Príncipe Alfonso y es conocido como “la favela española” porque sus estrechas y empinadas calles, el desorden en la distribución de sus casas de fachadas de colores, la informalidad de sus escasos comercios, la proliferación de niños y adolescentes gamberros, el rechazo (y a veces la agresión) al forastero, los tiroteos constantes y el desempleo y el analfabetismo de niveles obscenos de esta barriada se asemejan al Brasil más malandro. En su “laberinto” abundan las pistolas, el hachís, los altercados e, incluso, el extremismo yihadista. Por eso está catalogado como el rincón más peligroso de España, una “ratonera” en la que varias veces se han quedado atrapados los servicios sanitarios y de seguridad. Incluso, la mayoría de los ceutíes tampoco se atreven a subir a esta parte oeste de la ciudad, a unos pasos de la frontera marroquí del Tarajal, porque saben que las únicas normas que imperan entre sus callejones son las impuestas por las narcobandas.

Este gueto colgado de un cerro comenzó a formarse en los años 50 del siglo XX, cuando algunos pescadores magrebíes excluidos de los programas sociales del gobierno levantaron chabolas y cabañas para vivir. En los años 80, con el tráfico de hachís en su apogeo, empezaron a proliferar los “hogares” de ladrillo, dotados de agua y electricidad gracias a alguna chapuza y añadiéndoles un nuevo piso cada que la familia aumentaba. El hacinamiento de infraviviendas, entre las que a pesar de todo se acomodaron 14 mezquitas, llegó a tal extremo que hoy los coches sólo pueden circular por dos calles del Príncipe Alfonso.

Cuando cae el sol, este barrio-frontera se convierte en una “boca de lobo.” Los policías se van, el único autobús que lo atraviesa deja de transportar gente, los taxistas no se plantean adentrase en él y entonces, socorridos por pistolas y navajas, las pandillas toman el control. Unos desatan las tropelías y los ajustes de cuentas y otros se van a las lanchas de la costa para cargar, transportar y luego descargar miles de kilos de hachís en la Península. Y así se gasta la vida en esta espiral maldita de miseria, droga y violencia que, además, escupe leyendas.

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Cuentan en Ceuta que un chaval de 14 años ganó sus primeras pesetas gracias a su impresionante habilidad para reparar motores de lancha. Dicen que enseguida supo ingeniárselas para armar artefactos que les proporcionaban mayor velocidad y que no tardó en ser apreciado por quienes controlaban el paso de la resina de cannabis en la zona del Estrecho, debido a su destreza para surcar las aguas, a pesar de las condiciones climáticas más adversas, para recoger y entregar voluminosos alijos. Recuerdan que la policía supo de él cuando ya era un traficante bien formado e independiente, conocedor del mercado y estratega. Es decir, cuando había cumplido 16 años.

A Mohamed Taieb Ahmed todos le decían El Nene. En 1998, cuando tenía 22 años, la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional lo catalogó como “uno de los exportadores de hachís más importantes del norte de África”. En abril de ese año, lo detuvieron y le decomisaron mil 800 kilos de ese psicotrópico, así como siete lanchas ultrarrápidas, equipadas con visores infrarrojos y radiotransmisores, que él y su banda utilizaban para llevar la mercancía ilícita de Marruecos a Málaga o Cádiz. Poco antes, ante el “acoso” policial, sus hombres habían arrojado al mar una tonelada de hachís (“si no hay droga no hay delito”). Era un claro objetivo de las autoridades y, sin embargo, El Nene no se amilanaba. Al contrario: cada que sentía que le pisaban los talones, sacaba a relucir su bravuconería y desafiaba y se enfrentaba y echaba para atrás a sus perseguidores. Por eso creció su fama.

Decía la gente: es nieto de un sargento franquista. Es musulmán. Tiene dos hermanos y dos hijos. Apenas fue a la escuela porque prefería la calle. Una de las primeras cosas que hizo con sus narcoganancias fue comprarle un chalet a su madre. Abrió varios negocios (cafeterías, tiendas de ropa, locutorios…) para dar trabajo a vecinos y amigos. No sólo vivía de la droga, también alquilaba pisos y locales comerciales. Regalaba motos y coches a su gente, a veces del mismo modelo. Un año, por ejemplo, inundó Ceuta con la versión más moderna del escarabajo de Volkswagen y, en una de sus múltiples detenciones, decenas de estos vehículos circularon durante horas alrededor de la Comisaría de Policía para realizar una exhibición de apoyo y poder.

Investigó la policía: Su violencia hacia las fuerzas del orden estaba bien vista por la mayoría de la población: atropelló a guardias civiles, los golpeó en público, llegó a ponerle a un agente un cuchillo en el cuello durante un control. Su apogeo coincidió con el lustro negro de los años noventa en Ceuta, caracterizado por frecuentes tiroteos entre bandas rivales y, en ese estado de violencia, se movió a sus anchas. Exhibía pistolas, descapotables y fajos de billetes sin que la policía lo detuviera. Tenía reservada una suite en un céntrico hotel de la ciudad para agasajar a su gente con drogas y orgías. Pagaba las operaciones quirúrgicas de modestas familias musulmanas. Un montón de chavales lo admiraban y querían ser como él. Intentaron matarlo, pero nunca lo lograron. Acaparaba páginas y titulares de los periódicos, que él leía con el morbo y la satisfacción del que ansía la fama a cualquier precio. Y, aunque el director de cine Daniel Monzón lo niegue, su película El Niño, la historia de un joven que se adentra en el narcotráfico como si se tratara de un juego, está inspirada en la vida de El Nene.

Titulaba la prensa: Impunidad y ostentación, características de El Nene. Detenido el ‘rey’ de la mafia ceutí. El Nene distribuía hachís por toda Europa. La policía desarticula la banda de El Nene. Ceuta, territorio sin ley de El Nene. Cae el mayor narco hispanomarroquí. El Nene convirtió su celda en una habitación de hotel cinco estrellas. El Nene se fuga de la cárcel. El Nene encabeza un nuevo tiroteo en las calles de Ceuta. El Nene desaparece.

Aseguraba la Guardia Civil: Mohamed Taieb Ahmed nació en Ceuta el 27 de agosto de 1975. Su organización contaba con 70 miembros en el norte de África y una treintena en la Costa del Sol. Era joven, audaz y violento. Se calcula que El Nene movía 50 mil kilos de hachís al año y que su patrimonio, tomando en cuenta a sus testaferros, era de 30 millones de euros. Las sociedades interpuestas y las terceras personas a cuyo nombre figuran las propiedades están constituidos con el correspondiente asesoramiento legal de conocidos abogados ceutíes. Fue un innovador del tráfico ilícito: usaba cebos para ponérselo difícil a la policía, es decir, salían tres lanchas y sólo una iba cargada. “La que aprendíamos casi nunca era la buena”. Rompió los códigos establecidos entre las mafias: llegaba a simular la pérdida de la mercancía para quedarse con todo el beneficio. Tampoco tuvo reparos para filtrar información acerca de sus competidores. Generoso con sus colaboradores, implacable con sus rivales, se comportaba como quien debe imponer su ley en el territorio.

Daban fe los agentes de Vigilancia Aduanera: En Ceuta nadie denuncia a los narcos, ni siquiera cuando son sus agresores, porque la ley del silencio es sagrada. En muchos casos, los heridos aseguran que se trata de un accidente o que una bala perdida ha atravesado sus piernas por casualidad. El Nene fue testigo de la primera evolución en el transporte de hachís en el Estrecho de Gibraltar, cuando las pateras con un motor fuera de borda fueron dando paso a las zodiac y, posteriormente, a las lanchas semirrígidas, dotadas de gran velocidad junto a una mayor capacidad de carga. Bien pronto comenzó a mostrar habilidad para el pilotaje en situaciones límite (noches sin luna, el fuerte viento de levante o la niebla).

Reconocían sus “enemigos” en el mar: Una vez requisadas sus lanchas en el puerto, era el propio Mohamed Taieb quien las reclamaba y abonaba personalmente la correspondiente multa. Él solía decir: “cuando pagas a un policía en España ya no vuelven a molestarte. En cambio, en Marruecos pagas a uno y al día siguiente tienes a dos más llamando a la puerta”. La temeridad, su pericia como piloto, el afán de protagonismo y el gusto por lo exagerado explican su renombre. Quizá no era el narco más importante, pero sí el más popular del sur de España.

Presumía ‘El Nene’: “Tengo más millones que años.”

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El intenso rugido de cuatro motores se escucha de fondo mientras El Nene —la cabeza rapada, la sudadera roja, la mirada y la sonrisa triunfales— echa un vistazo a los controles de su enorme y potente planeadora Phantom. Enseguida eleva la vista y contempla las decenas de fardos marrones que se amontonan en la cubierta. Luego se gira hacia atrás y observa el surco que va dejando su desbocado paso por el mar. Así —de pie, en pleno trayecto— Mohamed Taieb Ahmed se grabó con su propio teléfono móvil y luego subió el vídeo a YouTube para exhibir ante el mundo entero la gozosa impunidad de su frondosa figura.



Imágenes del video donde El Nene pilota una lancha con hachís.


En realidad, El Nene no era intocable. Era hábil e inteligente, tenía abogados astutos y la admiración y complicidad de sus vecinos. Por eso lograba zafarse de algunas detenciones y procesos judiciales. Pero, aun así, en su historial delictivo consta que fue detenido 17 veces por la Policía Nacional, 15 por la Guardia Civil y que pasó un total de 11 años en la cárcel por tráfico de drogas, tenencia de armas e intento de asesinato.

Un mes después de que, en 1998 (año de intensos tiroteos en Ceuta: dos muertos y nueve heridos en 15 enfrentamientos), lo arrestaran y le decomisaran casi dos toneladas de hachís, la policía capturó en Madrid y en Málaga a ocho de sus compinches (cuatro españoles, dos británicos y dos marroquíes) y les quitó 800 kilos del psicotrópico más consumido en España. Esa vez, en Málaga, también se intervino una caleta (almacén) donde envasaban al vacío la droga antes de distribuirla por tierra en furgonetas. Al año siguiente, 1999, El Nene fue llevado al calabozo acusado de ametrallar, desde una motocicleta de gran cilindrada y conducida por su cómplice, a un muchacho del barrio del Príncipe Alfonso como parte de un ajuste de cuentas. Pero salió de inmediato. Fue hasta unos meses más tarde cuando pisó la cárcel por primera vez.

Dos atentados a la autoridad (lesiones y desobediencia) cometidos en detenciones anteriores, y no el narcotráfico, lo llevaron a una celda. Sus abogados insistieron en que “no se trataba de delitos graves”, pidieron que cumpliera su condena en régimen abierto y lograron su traslado al madrileño Centro de Inserción Social Victoria Kent, un antiguo asilo de mendigos que, en la posguerra, Franco convirtió en centro de reclusión de presos políticos y, más tarde, en prisión femenina. Luego de una serie de reformas, en 1991 sus edificios comenzaron a albergar a personas que cumplían condenas cortas en semilibertad por delitos leves.

El Nene había sido sentenciado a tres años y dos meses. Con ayuda de sus abogados y la complicidad de su hermano, montó una empresa de compra-venta de automóviles y presentó un contrato como prueba de que ahí tendría un trabajo como gerente. Por eso entraba y salía, conforme al reglamento, del centro penitenciario en el que lo habían reubicado. Pero un domingo del otoño de 2001, cuando le faltaba poco para poder pedir la libertad condicional, su paciencia se acabó y decidió fugarse a Marruecos. Se instaló en una lujosa mansión del puerto de Marina Smir (una exclusiva zona residencial a tan sólo ocho kilómetros de Ceuta) y desde ahí retomó el pleno control de sus actividades ilícitas. Tomó la precaución de adquirir la nacionalidad marroquí, con otro nombre (Mohamed El Ouazzani), para evitar así una posible extradición a España.

Las cosas comenzaron a complicársele una noche del verano de 2003. Dos bandas rivales se enfrentaron en un tiroteo en la puerta de una discoteca y uno de los heridos resultó ser guardaespaldas del Rey Mohamed VI, que se encontraba de visita en Tetuán. La furia real llevó a realizar una profunda investigación de lo ocurrido y a detener a todos los implicados en aquella reyerta. Uno de ellos, claro, era ‘El Nene’ y no tardaron en condenarlo a ocho años de prisión.

La pena, a fin de cuentas, no fue demasiado grave, pues en la cárcel de Kaki, ubicada en Salé (“la ciudad-dormitorio de Rabat”), el audaz narcotraficante vivía con los privilegios de un pachá: le adaptaron tres celdas a manera de “suite cinco estrellas”, con televisor de plasma, ordenador conectado a Internet y teléfono móvil. Mandaba comprar su comida a los mejores restaurantes de la región, trataba a los guardias como criados, se entretenía humillando a los demás reclusos (haciéndolos competir en carreras a cuatro patas, por ejemplo) y, de vez en cuando, tenía permiso de salir a la calle para arreglar asuntos relacionados con sus negocios o para desfogarse en un prostíbulo.

El resto de los presos no paraba de quejarse por las prerrogativas que disfrutaba El Nene y, hartos de la situación, el 20 de septiembre de 2005 realizaron un motín. La protesta funcionó y, ocho días después, trasladaron al descarado disfrutón a la prisión de Kenitra (a 36 kilómetros de Rabat). Pero ahí corrompió de nuevo a los funcionarios para regocijarse durante su estadía hasta que, en diciembre de 2007, se escapó. La noticia de la fuga, sin embargo, se supo diez días después de haber ocurrido (porque el silencio de los funcionarios tenía un precio y él podía pagarlo), lo cual le permitió volver a España, donde sus delitos ya habían prescrito. Al instante, fue a renovar su carnet de identidad en una comisaría de Málaga, con la tranquilidad de cualquier ciudadano que realiza el trámite. Esa vez tuvo tiempo de irse de fiesta a Marbella para celebrar su regreso a lo grande y, al instalarse en su Ceuta natal, aprovechó para obtener el carnet de conducir (sin asistir a algún curso ni aprobar algún examen) y de inmediato encargó un par de Ferraris en un concesionario. Parecía que todo volvería a ser como antes, pero la policía ya tenía muchos antecedentes sobre él y estaban pendientes de casi todos sus movimientos.

Lo aprehendieron (otra vez) en abril de 2008, cuatro meses antes de su cumpleaños número 33, cuando circulaba por el centro de Ceuta, a bordo del coche de su hermano. Al verlo, la policía sabía que era El Nene, pero al pedirle la documentación, éste les enseñó, sin sobresaltarse, un pasaporte marroquí auténtico con otro nombre. No obstante, con ayuda de la Interpol se comprobó que se trataba de la misma persona. Enseguida lo trasladaron a Madrid por carretera y sus abogados se apresuraron a presentar un recurso ante la Audiencia Nacional para exigir su libertad inmediata y que no lo extraditaran a Marruecos, pues según ellos habían capturado a un “ciudadano español sin causas pendientes”. Hubo, además, una pequeña manifestación frente a la Delegación de Gobierno en Ceuta para exigir la libertad de un hombre que “daba trabajo y era generoso” con sus vecinos.

De nada sirvió el recurso procesal y la manifestación de apoyo: el juez le quitó la nacionalidad española “por usarla a su conveniencia” y, en julio de 2009, fue extraditado a Marruecos. Pasó tres años en la cárcel de Casablanca, pero cuando fue puesto en libertad volvió a Ceuta.

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Hay una lección que la madurez y el último encierro le dejaron a El Nene: vivir con discreción y evitar cualquier problema con las autoridades. Ir por la calle sin llevar encima drogas, armas o grandes cantidades de dinero. Tener una casa, un coche y una lancha sin extravagancias. Abrir un negocio, una cafetería, por ejemplo, para utilizarlo como “tapadera” y centro de operaciones de un tráfico de droga “moderado”. Ser paciente y desarrollar una gran capacidad de resistencia. Luchar por recuperar la nacionalidad española. Cuidar a su mujer y a su hija recién nacida. Tratar de llegar a los 40 años para dejar de ser El Nene y convertirse en todo “un señor”.

Poco a poco iba afianzando las características de esa “nueva vida” en Ceuta hasta que, el domingo tres de agosto de 2014, el mar se lo tragó y no volvió a saberse nada más de él. Dos horas antes del tiroteo, sobre las cuatro de la tarde, Mohamed Taieb Ahmed llamó a su hermano para invitarlo a pasar lo que quedaba del domingo en altamar. “Lo siento, estoy en Málaga. Suerte”, le dijo, y para no ir solo, el narco que había renunciado a las extravagancias invitó a dos de sus colegas. Casi una hora después, la embarcación comenzó a surcar las aguas apacibles hasta que irrumpieron la moto acuática negra y los disparos.

Su esposa recalcó ante la Guardia Civil que el responsable era el Zocato, pero también reconoció que todo podría tratarse de un montaje para desparecer y “trabajar” desde la sombra con mayor libertad y comodidad. “Ojalá me equivoque, pero lo más seguro es que Mohamed está muerto”, dijo enjugándose las lágrimas.

Hubo tres hipótesis: El Nene murió, El Nene armó un teatro, El Nene fue herido en el enfrentamiento y alguien se lo llevó para curarlo y esconderlo.

En lo inmediato, cada suposición sirvió para aumentar su leyenda. Y en la práctica, quien había sido su mano derecha, un tal Hassan Chakor, lo sustituyó con gran éxito al frente del tráfico de hachís en Ceuta, donde los enfrentamientos entre las bandas rivales han continuado hasta la fecha, dejando muertos y heridos a niveles que provocan “alarma social.”

Así transcurrieron cinco años hasta que, en 2019, la Guardia Civil encontró a un testigo de aquella reyerta. Se trataba de un “arrepentido” del hampa ceutí que pidió ser catalogado como Testigo Protegido a cambio de revelar los detalles de su larga carrera como narcotraficante. Contó, entre otras cosas, que El Nene fue asesinado por dos de sus colaboradores: Llalil Mohamed Dris, un sicario apodado El Loco, y Sofian Ahmed Barrak, el dichoso Zocato que se había cansado de pagar una comisión por pasar su propia droga a El Nene.

Según el Testigo Protegido, Zocato y El Loco se asociaron para acabar con la vida de El Nene con la intención de usar libremente las rutas del hachís para importar, además, cocaína desde Mauritania. “El Nene había tenido problemas con Zocato por dinero. Le debía demasiado. Así que, antes de que pudieran matarlo, tomó la decisión de acabar con El Nene y le pidió ayuda a El Loco”. Ambos, durante varias semanas, vigilaron todos los movimientos de El Nene y esperaron el momento más oportuno para matarlo. El día que El Nene y su hermano salieron a navegar, los dos se subieron a una moto de agua y se fueron tras ellos. Iban armados con pistolas Glock. El Nene los vio venir a toda velocidad y se tiró al agua, pero cuando emergió le dispararon en la cabeza. Esperaron a que se desangrara para izarlo a bordo de su lancha y llevárselo a alta mar. Luego lo amarraron con una cadena y un ancla para fondearlo. Y mandaron quemar la embarcación para que no hubiera evidencias del asesinato”.

Al final de aquel domingo de 2014, la Guardia Civil había detenido a cuatro hombres. Todos se negaron a declarar y fueron liberados después de pasar unas horas en la Comisaría. Un lustro más tarde parecía confirmarse la muerte de El Nene (y la de El Loco y la de Zocato, baleados en un presunto ajuste de cuentas en 2018). Pero, hasta la fecha, no han aparecido los restos mortuorios del capo, el tráfico de hachís continúa con gran intensidad en la zona, como si él siguiese controlado todo, y entre los vecinos de Ceuta su leyenda sigue viva.

​ÁSS

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