La resurrección del Villa Rosa

Café Madrid

Tras parar su actividad durante la pandemia, regresa el legendario tablao que durante un siglo llenó las noches madrileñas de oles y alegrías.

Sevillanas en el Tablao Flamenco Villa Rosa. (villarosaflamenco.com)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

Hace poco más de un año, el virus pandémico acabó con el tablao flamenco más viejo del mundo. Tuvo su correspondiente funeral, con una desgarradora soleá entonada a cappella, y con claveles rojos y veladoras del mismo color, y con un puñado de mantones y batas de cola esparcidas por el suelo de su entrada, como si un huracán hubiera pasado por ahí.

Para entonces ya habían cerrado Casa Patas y el Café Chinitas, sitios magnéticos de Madrid, sobre todo entre los forasteros, pero que el Villa Rosa se clausurara fue, nunca mejor dicho, un sonado drama flamenco, pues desaparecía así su histórico abolengo. Por eso la otra noche, cuando dentro de sus viejas paredes el quejío bravío, las guitarras, las palmas y el zapateo intenso volvieron a escucharse entre oles y alegrías, el alma del arte declarado Patrimonio de la Humanidad volvió a inflamarse.

Lo he contado varias veces: yo siempre prefiero el Corral de la Morería, pero eso no significa que haya que excluir un lugar de juergas legendarias como este en el que, por ejemplo, justo antes de la pandemia, el cantante Joaquín Sabina celebró sus 70 años de vida con un nutrido y enjundioso grupo de mariachis que el torero José Tomás le trajo desde México. Situado en el número 15 de la madrileña Plaza de Santa Ana, antes de ser un tablao el Villa Rosa fue un molino de chocolate y luego una freiduría andaluza.

El local se abrió por primera vez en 1911 y, después de esas dos experiencias comerciales, en 1921 un empresario llamado Tomás Pajares adquirió el negocio e invitó al cantaor Antonio Chacón a dirigir el recinto. El éxito artístico y económico no tardó en llegar y, con el paso de los años, las principales figuras del cante, el baile y el toque comenzaron a desfilar por su escenario. Cualquier noche, el público podía deleitarse con las voces rasgadas de Manolo Pavón, Juanito Mojama, Pepe de la Matrona, Fosforito o La Niña de los Peines. Más tarde se presentarían ahí Impero Argentina, Lola Flores, Juanito Valderrama, Miguel de Molina o Antonio Mairena.

Vestidos con sus mejores atuendos, los principales personajes del mundillo de la farándula y la política llegaban todas las noches para dejarse ver. Los fotógrafos y reporteros de sociedad también comenzaron a ir. Las estrellas de Hollywood que pasaban por España o venían a filmar aquí sus películas aparecían por sorpresa. Así, la alegría y el glamur se colaban, aunque fuera por unos instantes, en la España oscura de entonces. Con frecuencia, los clientes podían encontrarse ahí con el escritor Ernest Hemingway o con la actriz Ava Gadner o con el torero Luis Miguel Dominguín. Pero dicen que antes de esa época dorada, uno de sus más asiduos visitantes era el rey Alfonso XIII. Cuentan que, para no ser visto, llegaba por uno de los túneles que conectan el tablao con el Palacio Real. Hoy, en el sótano, pueden verse tres entradas tapiadas. Dicen que por una de ellas entraba y salía el monarca destronado en 1931 por la Segunda República.

Fachada del Tablao Flamenco Villa Rosa. (villarosaflamenco.com)

En la fachada y en el interior del Villa Rosa, su azulejería capta la atención. Afuera hay paisajes madrileños y andaluces, como la Cibeles o la Alhambra. Adentro, custodiando varias columnas y arcos arábigos, hay una sucesión de escenas flamencas y toreras. Aunque nunca hayan ido, es posible que ustedes hayan visto esta decoración. Porque ha servido de escenario para algunas escenas de las películas Tacones lejanos, de Pedro Almodóvar, Ocho apellidos catalanes, de Emilio Martínez-Lázaro o La Reina de España, de Fernando Trueba.

Quién sabe si el Villa Rosa volverá a tener otro periodo de esplendor (para eso los nuevos dueños le han hecho un “lavado de cara” y han contratado un sólido equipo artístico), pero la otra noche quedó claro que con su resurrección esa es la meta. El tablao revivió entre copas de vino, tapas tradicionales y, sobre todo, con la gracia y el compás de los cantaores Juañares, El Pola y Gabriel de la Tomasa, las guitarras de Jesuli y José Romero, y el baile de José Carmona “Rapico” y Mónica Méndez. Todos actuaron para el público con una mezcla de cariño y coraje, de triunfo y sufrimiento, con furia creativa constante. Y con la intención de que el tablao más viejo del mundo vuelva a ser uno de los epicentros de las noches madrileñas.

AQ

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